Este lunes han arrancado las sesiones de la Formación Permanente de Clero de este curso. Y lo han hecho con una reveladora ponencia a cargo de Antonio Roura (Director de la revista Religión y Escuela), que ha brindado una excelente lectura antropológica de la sociedad y la educación actuales, en orden a comprender mejor la Ley de Educación LOMLOE.
Porque, como él mismo indicaba al comenzar su disertación, la educación supone uno de los grandes temas para la Iglesia, puesto que al estar al servicio del bien común, “es imprescindible una propuesta cristiana que enriquezca un debate social y educativo en el que a veces no estamos”.
La escuela – apuntaba Roura – es la gran entidad socializadora por excelencia. Pero los cambios sociales que se están produciendo “van a tal velocidad que la escuela está viviendo un desconcierto increíble. Y vemos una dificultad sobre qué hemos de transmitir, pues las claves antropológicas sobre las que se mueven las distintas generaciones son muy diferentes. Por ello, no hemos de comprar acríticamente la narrativa del progreso, no hemos de quedarnos en que cualquier tiempo pasado fue mejor, sino en potenciar una transferencia de saberes que ayuden a colocarse a los alumnos siempre hacia el futuro, ante el cambio”.
Un cambio de época (que no una época de cambios) al que se debe adaptar la educación (“y si no somos capaces de reconocerlo, estamos perdidos”). Una cuarta revolución industrial que “está cambiando nuestra relación con el conocimiento, al tener la facilidad de acceder a él directamente a través de la tecnología”. En este contexto, el ponente destacaba como problemas sustanciales al contexto educativo la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad. Lo que Benedicto XVI calificaba como “emergencia educativa”, en la que la propuesta de la Iglesia debe tener presente todos estos retos.
Roura denunciaba asimismo la preponderancia del transhumanismo social, que propugna que la técnica es la que salvará al ser humano. “El asunto ya no es el debate entre ciencia y fe, entre razón y fe. Sino en la creencia que la tecnología es la que va a mejorar la vida humana en todas sus dimensiones. Esta tendencia social afecta a nuestra vida, al conocimiento, pero también a la cuestión moral y a la dimensión ecosocial”. En este paradigma en el que se ve envuelta la sociedad actual, apuntaba un reto clave para el cambio del paradigma educativo: “no se trata únicamente de transmisión de saberes, sino de propiciar que el alumno salga de la escuela con la predisposición de seguir aprendiendo a lo largo y ancho de la vida a través de sus propias experiencias. Aprender ya no se puede limitar al tiempo escolar, lo que supone que tengamos que poner aún más esfuerzos en el acompañar para el discernimiento permanente en los alumnos”.
Ante ese futuro incierto, destacaba el hecho del cambio constante, lo que propiciaba que los jóvenes cada vez se impliquen menos en su puesto de trabajo como proyecto vital (“trabajan lo que les piden, ocho horas y pinto, y no van más allá en su compromiso con la empresa”), y cómo lo lógico es concienciarse de que hemos de prepararnos para “20 ó 30 cabios de trabajo a lo largo de la vida”. Por ello, ante una escuela que antes educaba por objetivos (estudiar para conseguir un trabajo y ponerse a trabajar lo antes posible), Roura abogaba por lo que la LOMLOE define como “educación por competencias”: no se enseña para saber hacer una cosa, sino ante los diferentes cambios que se tendrán en la vida, que los alumnos tengan la capacidad de enfrentarse a ellos.