Desde este fin de semana la diócesis de Ávila cuenta con un nuevo diácono. Se trata del seminarista Juan José Rodríguez Hernández, que este sábado ha recibido la orden del diaconado de manos de nuestro obispo, Don Jesús. Junto a él en el presbiterio, los obispos eméritos de Ávila y Salamanca (Mons. García Burillo y Mons. Carlos López), así como un importante número de sacerdotes diocesanos.
A sus 29 años afrontaba este momento con serenidad, aunque confesaba que estas noches pensaba mucho sobre ello y se sobrecogía “ante tanto bien inmerecido, por así decirlo”. Tenemos que recordar que desde hace ya dos años, casi, desde la ordenación de Álvaro José como sacerdote de esta diócesis de Avila, no habíamos tenido ninguna ordenación. Llegar a la de Juanjo como diácono, como paso previo en ese camino hacia el sacerdocio, es toda una alegría compartida. Algo que al joven diácono le llenaba de felicidad, el hecho de ver “que la alegría de uno también es compartida y que al final la gente verdaderamente se alegra de este paso mío, de esta llamada del Señor y que verdaderamente la gente se alegra en el Señor porque hay un nuevo diácono”.
Juanjo se define, en palabras de su propia madre, como “un chico normal. Yo soy de Ávila, capital, siempre he vivido aquí. Estudié en el colegio diocesano Asunción de Nuestra Señora, desde Infantil hasta Bachillerato. Y después la carrera universitaria también la hice en Ávila. Estudié Magisterio (de Infantil y Primaria), pero lo hice en el campus de Ávila. Abulense 100%, por los cuatro costados, con mucho orgullo”.
Sobre su camino vocacional, destaca cómo de niño sintió una cierta inquietud en este sentido, pero la escondió. “Mi primer recuerdo fue con mi tutora Conchi. Un día vino al colegio de visita Don Jesús García Burillo, el obispo de entonces, y preguntó que quién quería ir al seminario. Y me acuerdo perfectamente que mi profesora, que algo me había oído alguna vez, se acercó y me dijo: ‘¿Oye, Juan José, tú no decías que querías ser cura?’. Y yo agaché la cabeza. En el Dioce, cuando alguien me daba testimonio, cuando hablaban del tema de la vocación, yo siempre agachaba la cabeza para que nadie se diera cuenta de que me daba por aludido”.
Después, en la universidad, sintió un “cierto alivio, porque digamos que no es que dejara de sentirlo, pero como que parece que se apagó”. Pero en realidad no fue así, sino que luego con el tiempo se dio cuenta que en realidad lo que hizo fue cobrar más fuerza. “La llamada que yo había sentido desde niño, por así decirlo, bueno, se hizo un poco más audible o que mis oídos estaban un poco más atentos. Entonces, al acabar las dos especialidades de Magisterio, es cuando me fui a Salamanca para estudiar Teología”.
“Ahí me di cuenta de que la felicidad que da Dios y la entrega a los demás no lo dan otras realidades de este mundo. Al final lo que uno ve es que es feliz, que aunque hayas estudiado Magisterio y pienses que ya no te vas a dedicar a dar clase, tal vez. Pero la verdad es que soy más feliz de lo que era antes”.
Juanjo ha realizado en estos últimos meses su etapa pastoral en la zona del Tietar, en la Unidad Pastoral de Sotillo, una experiencia que define como “muy bonita, muy enriquecedora. Es una realidad muy rica. Hay muchas cosas que hacer, por así decirlo. Estoy muy contento con los sacerdotes que están allí, con Rafael y con Cecilio. Y ahí he estado este año como seminarista, con los jóvenes y con los mayores. Allí están también las marianistas, las Hijas de la Caridad y las Agustinas. Es una realidad eclesialmente muy rica, que, evidentemente, uno se nutre de todo ello”.
Y allí seguirá en los próximos meses, compaginándolo con sus estudios. “Estoy estudiando la licencia estos dos años. Entonces seguiré compaginando los estudios y luego ya pues más dedicado también a la pastoral y al ejercicio del ministerio. Estaré también por la zona de Sotillo y ayudando de una manera especial, evidentemente ya ordenado como diácono”.