De misión hasta en los prostíbulos: la vida de Antonia para ayudar a la promoción de la mujer en Chile

Antonia Collado tiene 85 años. Es de Ávila, religiosa Adoratriz. Desde los 27 años partió a tierras de misión, donde se ha dedicado toda su vida a anunciar el Evangelio entre los más pobre. Pero, sobre todo, ha sido la mano tendida a muchas mujeres de la calle. De vuelta ya a España, nos recibe con una gran sonrisa: la de quien está feliz con la labor que ha realizado.

P. Ha estado toda su vida en misión

58 años exactamente. Me destinaron a Bolivia primero, y después a Chile.

P. ¿Qué es lo que le impulsó a los 27 años a salir en misión?

A mí me destinaron. Lo que me motivó es cumplir la voluntad de Dios siempre donde quisiera Él que yo estuviera. Es decir, que no fui porque yo lo pensara así, sino porque me destinaron. Pero fui con mucho gusto, con muchísimo cariño. Y con ese deseo siempre, aunque me costara no me importaba, de cumplir la voluntad de Dios, a la que yo estoy comprometida toda mi vida. Todo este tiempo he sido muy feliz. Siempre he sido muy feliz.

P. ¿Y cuál ha sido su cometido durante todos estos años?

Nuestro carisma es la adoración al Santísimo Sacramento, y la rehabilitación de la mujer necesitada. Allí he estado en varias ciudades, ayudando a las niñas adolescentes abandonadas, de hogares mal constituidos. Niñas de la calle. Niñas que después se han rehabilitado, y ahora han formado sus hogares a partir de las enseñanzas que nosotros les dábamos.

También he trabajado con mujeres en situación pobre en todos los sentidos, mujeres que se dedicaban a la prostitución por pura necesidad. La mayoría de ellas (unas más jóvenes, otras más mayores) se han rehabilitado. Lo que hacíamos era impartir cursos, talleres, de repostería, enfermería, peluquería.

Además, he estado ejerciendo como orientadora en nuestros colegios. A todos los trabajos y oficios que ha habido que hacer en la Congregación, todo lo que me han pedido, lo he hecho con la gracia de Dios.

P. Imagino que el hecho de ver rehabilitadas a estas mujeres a las que usted ayudaba suponía toda una satisfacción personal.

Sí, porque además de rehabilitarse, ellas trabajan en lo que aprendían con nosotras en los talleres. Y es una alegría verlas salir adelante.

P. Tengo entendido que incluso entraba usted en los prostíbulos para ofrecerles esta formación. ¿Cuál era la reacción de la gente al verla entrar con el hábito?

De mucho respeto. Incluso rezábamos allí con ellas. Llevábamos un papelito con todos los cursos que impartíamos, y les invitábamos a participar en ellos. Es más, incluso hasta los hombres que estaban allí nos respetaban muchísimo, gracias a Dios.

P. Algún recuerdo que se traiga en la maleta, algún rostro especial …

Lo que me he traído es mucho cariño. Y por parte de la gente, mucho respeto. Me han querido muchísimo. Y yo a ellos, por supuesto. Todavía me escribo con las niñas que estuvieron internas, que ya son señoras de 60 años. Han sido siempre muy agradecidas conmigo.

P. Casi 60 años en misión … ¿Se imagina habiendo hecho algo distinto en su vida?

No, nunca pensé otra cosa. Siempre pensé en lo que me pedía mi congregación. No imagino otro tipo de vida.

P. Ahora ha vuelto a España, pero el espíritu misionero no lo ha dejado allí.

Sí, yo voy a seguir siendo misionera con la oración, que es lo que yo más puedo hacer en este momento.

P. ¿Qué le diría a los jóvenes, a las familias, para que se animaran a ser también testigos de Cristo en esta sociedad nuestra, que también es un poquito “territorio de misión”?

Que se unan mucho a Dios. Porque Dios es el único que siempre está con nosotros. Siempre. A veces nosotros no estamos tan cerca de Él, pero Él siempre va a estar a nuestro lado. Yo les diría que pidan a Dios, si no tienen fe, que se la dé, porque la fe es un don gratuito y maravilloso. Una persona que tiene fe lleva las cosas de distinta forma que uno que no la tiene.