Ilusión y esperanza. Quizá son los dos calificativos que mejor definen la jornada que vivimos este sábado en el colegio diocesano Asunción de Nuestra Señora. En la víspera de Pentecostés, la Asamblea Sinodal Diocesana ponía el punto y final de esta primera parte del Sínodo, poniendo en común todo lo trabajado en los distintos grupos hasta ahora, con la fuerza inspiradora del Espíritu. Más de un centenar de personas de toda la diócesis pudieron conocer de primera mano estos trabajos, y rezar para que el Sínodo dé sus frutos.
Porque la oración fue la tónica dominante de todo el encuentro. Comenzando (tras las palabras de acogida del obispo, que agradeció el trabajo de todos) por una reflexión en torno a la Palabra de Dios, más concretamente del pasaje completo de Pentecostés. Tras ella, la Hermana Alba, de las Esclavas Carmelitas de la Sagrada Familia, expuso de forma clara y sencilla las conclusiones de la síntesis de todos los trabajos de la diócesis. Una síntesis, que ya se ha enviado a la Conferencia Episcopal, y que puedes consultar PINCHANDO AQUÍ.
En ella, encontramos el sentir de toda la diócesis respecto de la Iglesia que camina unida en Ávila. Han participado desde los colaboradores más cercanos (creyentes, miembros de movimientos, que participan activamente en las parroquias, …), comunidades de vida consagrada, niños y jóvenes (especialmente en las catequesis de los más pequeños), así como 55 ancianos de dos residencias católicas. Y lo han hecho a través de las preguntas que ofrecía la propia Conferencia Episcopal, así como un cuestionario que ha estado activo en esta misma página web.
Alegrías por sentirse llamados a caminar juntos, por ver que en muchos casos ya se estaba trabajando en sinodalidad. Pero también cierta tristeza por las dificultades encontradas en algunos aspectos derivados de la vida parroquial y/o pastoral, la falta de comunicación o incluso la falta de compromiso de más laicos.
Tras la exposición de la Hermana Alba, los asistentes pudieron trabajar en grupos exponiendo cada uno de ellos sus inquietudes acerca de este proceso sinodal, que después plasmaron en estos murales.
Tras la comida, llegó el turno de escuchar distintos testimonios de personas o grupos que han trabajado en el sínodo. Como el de las MM. Carmelitas de Piedrahíta, un convento de clausura que se ha sentido feliz por poder formar parte de este proceso, y que enviaban sus impresiones a través de un audio. O el de los jóvenes de catequesis de Confirmación, que expusieron el trabajo que han realizado en la parroquia. O el de la residencia de mayores Santa teresa Jornet, que sacó más de una sonrisa entre los asistentes al escuchar la ternura con la que hablaban las mujeres que han trabajado y orado por el sínodo.
“Necesitamos recuperar el ánimo”
La jornada concluía con la Eucaristía de Envío en la Catedral, en esta víspera de Pentecostés. En ella, Mons. Gil Tamayo agradeció de nuevo el trabajo de todos, especialmente del grupo de trabajo del sínodo en esta fase diocesana. Para nuestro obispo, este proceso nos ha enseñado que todos estamos llamados al cambio, “también el obispo tiene que cambiar con su pueblo. A veces debe ir delante para guiar. Otras en medio, para acompañar. Y otras atrás, para buscar a quienes se han apartado, acogiéndoles con el cariño de Cristo”.
“A veces tengo la sensación de que cargamos todo sobre los mismos hombros”, destacaba D. José María. “Necesitamos tendones y músculo, pero sobre todo nos hace falta el Espíritu, una comunión más profunda con Cristo resucitado, ponerle en la centralidad de nuestras vidas. No podemos quedarnos con los brazos cruzados. Estamos llamados desde nuestra pequeñez y nuestra limitación a ser testigos de Jesús”.
“Junto al necesario agradecimiento, se hace presente otra palabra en este día. el ánimo. Esta palabra viene de ánima, de espíritu. A veces nos enfriamos. Nos quedamos menos y mayores, vienen jóvenes pero pocos. Y nos dejamos arrastrar por esa visión pesimista que nos encierra en una autorreferencialidad de mirar al pasado y no de estar en salida, como nos pide el Papa. Necesitamos recuperar ese ánimo. Y el ánimo lleva a la unión. Por ello, debemos tomar conciencia de nuestra eclesialidad. Luego ya vendrán los carismas que especifican nuestra misión, pero lo más importante es nuestra pertenencia a Cristo, a su Iglesia”.
“Arrimemos el hombro”, reiteraba insistentemente Mons. Gil Tamayo, quien pedía también iniciativas “para animar a los sacerdotes, porque ellos también necesitan ánimos. Sacerdotes que están sobrecargados de pueblos, de parroquias, de trabajos”. Un ánimo que lleve a la acción y a un sentir más pleno de pertenencia a la iglesia dioceszana, no como “un apelativo jurídico sin más. No es la mía, ni la de Don Jesús, ni la de Don Adolfo, ni la de Don Antonio [citaba el obispo a sus predecesores]: es la Iglesia de Cristo. Amémosla. Con esta semilla veréis cómo los huesos empezarán a crear tendones y músculo”.