Un domingo de alegría por una nueva vocación en la diócesis. Al inicio del Adviento, y coincidiendo con su 27º cumpleaños, Álvaro José era ordenado diácono, en una celebración con gran asistencia de fieles, en especial jóvenes y miembros de la parroquia de San José Obrero, donde realiza actualmente su servicio pastoral.
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Álvaro José consagra así su vocación “en el sentido más pleno”, como explicaba Mons. Gil Tamayo en su homilía. Quedas así configurado con Cristo de una manera especial en el sacramento del orden, con Cristo servidor, con Cristo anunciador del Evangelio”.
“Vas a ser diácono al servicio del pueblo de Dios. Y ahí te tocará imitar el ejemplo de Cristo, que se hizo servidor. Es el Jesús, el hijo de María y del carpintero. El Mesías que esperamos. Ese Jesús que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate del hombre. Es la sabiduría de la cruz, a lo que invita Jesús a sus discípulos”.
Y así, esa vocación de servicio queda consagrada especialmente a los últimos. “Los pobres, los enfermos, los descartados, los niños, aquellos que ante los ojos humanos debían ser los últimos, son los primeros para Dios. Y esto es para nosotros un ejemplo y una actitud de cómo ha de ser nuestra vida”.
“Vas a ser Ministro de la Palabra”, le decía directamente el Obispo de Ávila. “Pero un Ministro al que se le pide coherencia de vida. En tu pequeñez y en la mía. Y a pesar de nuestra pequeñez, Cristo quiere servirse de la humanidad para la plenitud”. Por eso, al nuevo diácono, le pedía D. José María “coherencia de vida, unidad de vida en nuestra condición de pecadores. Que tengas un estilo de vida evangélico. Que tengas santidad de vida. Que vivas el misterio de la caridad, y lo lleves a la Eucaristía como centro y culmen de tu vida. Allí encontrarás la fuerza apostólica de Cristo”.
Adviento, tiempo de esperanza
La ordenación diaconal de Álvaro se producía precisamente el primer domingo de Adviento. Un tiempo para estar alegres, como nos dice San Pablo, porque el Señor está cerca.
“En este mundo secularizado nuestro, (y también, por qué no decirlo, con una secularización interna también en nuestra propia Iglesia) es necesaria una preparación de corazón, huyendo de la mundanidad, y hacia el espíritu del Evangelio”, afirmaba Mons. Gil Tamayo, quien hablaba de “reivindicar y restaurar el espacio de Dios”, porque “lo necesitamos más que nunca”.
“En esta espera de Adviento, traemos a la memoria la primera venida del Señor, en la pobreza de nuestra condición humana. Es el gran misterio de un Dios que recorre el camino opuesto a su divinidad y se hace uno de nosotros, comparte nuestra debilidad. La Palabra de Dios se nos hace un niño que lloriquea, que balbucea. El misterio de la encarnación es la esencia del misterio cristiano, que culmina en la entrega de cristo, en su pasión, muerte y resurrección. Y culminará con la segunda venida de Cristo al final de los tiempos. Por eso, el tiempo de Adviento es un tiempo de recuperar el espacio de Dios. La contemporaneidad de Dios en nuestras vidas”.
Por eso, cuando sentimos los reclamos de una sociedad de consumo que prepara su propia Navidad, que vive una exaltación de la luminosidad y el adorno, el obispo de Ávila pedía “reivindicar el espíritu del verdadero Adviento para celebrar uno de los grandes misterios cristianos. Pongamos esa primacía de Dios en el sentido de nuestra vida, muchas veces tan llena de cosas y tan vacía de Dios”.
Un Adviento donde se nos invita a mirar las figuras egregias del Adviento, “encabezadas por María, la Madre de Dios y Madre nuestra”, ara caminar hacia la esperanza. “Esa esperanza en la vida eterna, en este mundo nuestro materialista, nos indica que sólo hallaremos esa felicidad cuando veamos la belleza suprema, la respuesta y la verdad absoluta. Porque la victoria de Dios es la que asegura nuestra esperanza. Porque por encima de dificultades, de todo lo que experimentamos en algún momento de nuestra existencia, en forma de dolor, de enfermedad, el mal no tiene la última palabra.”