En memoria de los fallecidos por COVID-19

“Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. Confiamos en ti, Salud de los enfermos, que junto a la cruz te asociaste al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe. Tú, salvación de todos los pueblos, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que proveerás para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta después de este momento de prueba”.

Emocionado, nuestro Obispo D. José María comenzaba esta oración ante la Virgen de la Almudena, en la Catedral de Madrid. Se trata de la misma oración que compuso el Papa Francisco para este tiempo de pandemia. Él mismo lo ha sufrido en carne propia. Estuvo ingresado más de un mes (del 20 de marzo al 22 de abril) en el Hospital Nuestra Señora de Sonsoles luchando contra la COVID-19. Por eso, sus palabras de hoy estaban revestidas de un sentimiento especial.

Mons. Gil Tamayo rezaba así en la Catedral de Madrid al término del funeral organizado por la CEE por todas las víctimas de la pandemia, al que han asistido también SS.MM. los Reyes de España y sus hijas, algunos representantes de las instituciones civiles y militares, así como miembros de otras confesiones religiosas con presencia en España.

“Dios nunca abandona a sus hijos”

Nada más comenzar la celebración, el Presidente de la Conferencia Episcopal, Cardenal Omella, manifestaba el profundo dolor “que ha provocado en nosotros” la muerte de tantas personas en estos últimos meses. Y no sólo su fallecimiento, “sino también las condiciones de su partida, lejos del contacto de sus familiares y amigos, sin poder cruzar palabra, sin poder despedirnos de ellos. Rezamos por todos ellos y por sus familiares”. Ante este dolor, unas palabras de consuelo: “Dios nunca abandona a sus hijos. La solidaridad de tantas personas implicadas en ayudar a las víctimas de la pandemia es el signo sencillo y palpable de la cercanía de Dios. Damos gracias porque hay en nuestra sociedad una gran reserva de humanidad y de caridad, de acción solidaria”.

“Nuestra oración y acción de gracias por todos y cada uno de ellos” es el “mejor regalo que les podíamos ofrecer”, destabaca el Cardenal Arzobispo de Barcelona. “Es precisamente en la celebración de la Eucaristía por su eterno descanso cuando oramos por ellos a Dios para  que  los acoja en su Reino, pedimos también perdón por sus fragilidades y pecados, y damos gracias a Dios por sus vidas “.

Mons. Omella quiso también realizar una llamada a la esperanza de un mundo mejor: “Ojalá, hermanos y hermanas, que esta experiencia vivida sea también una oportunidad para avanzar en el camino espiritual. Que todo lo vivido y sufrido sea acogido como una llamada a volver nuestra mirada y nuestra existencia hacia Jesucristo”. Y terminaba con una bella poesía de Calderón de la Barca: “… Quiero olvidarlo todo y conocerte, quiero dejarlo todo por buscarte, quiero perderlo todo por hallarte, quiero ignorarlo todo por saberte. / Quiero, amable Jesús, abismarme en ese dulce hueco de tu herida, y en sus divinas llamas abrasarme.”

ANTE LA CRISPACIÓN, LA SOLIDARIDAD

Presidía el funeral el Arzobispo de Madrid, Cardenal Carlos Osoro, quien iniciaba su homilía calificando estos terribles momentos como un tiempo “en el que todo se ha oscurecido”. Unos acontecimientos “que nos han sorprendido a todos y han roto todos nuestros esquemas”. “Lo primero y más humano es llorar y sentirnos solidarios con las lágrimas de miles de personas que han perdido a sus seres queridos y que aún viven las consecuencias de un duelo tan complejo“, señaló el Cardenal. “Estas páginas desenmascaran nuestra vulnerabilidad, dejan al descubierto nuestras falsas y superfluas seguridades, con las que construimos nuestros proyectos, agendas, rutinas y prioridades”.

Frente a esta sensación de finitud, la certeza de que Dios está con nosotros “y de que eso ha de cambiar nuestra forma de obrar”. Un tiempo para recordar, señalaba el Cardenal, dos sustantivos fundamentales: somos hijos de Dios, y somos hermanos entre nosotros. “Olvidar estos sustantivos y vivir de adjetivos, como tantas veces hacemos, es un suicidio”, aseguraba.

El Cardenal Osoro hacía un llamamiento a superar actitudes de crispación, enfrentamiento y sectarismo. Frente a todo esto, destacaba cómo “en esta pandemia hemos visto cómo muchas personas, creyentes y no creyentes, sacaban lo mejor de sí mismas y daban una sencilla lección de solidaridad hasta dar la vida por cuidar la ajena, conscientes precisamente de que somos hermanos. El personal sanitario y farmacéutico, los transportistas, los empleados de supermercado, las personas de limpieza, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, los docentes, los periodistas, los voluntarios de Cáritas y otras muchas organizaciones sociales, los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los padres y madres, los abuelos y abuelas… no han vivido para sí mismos en estos meses, sino para los demás. Y ahora, cuando afrontamos una crisis económica y social sin precedentes, hay que seguir cimentando nuestra sociedad así para que nadie se quede atrás”.

Impulsados por la fe, el Arzobispo de Madrid destacaba tres peticiones que hoy día nos hace el Señor a todos en medio de la tribulación:

  • Que “defendamos el derecho a la esperanza” y que trabajemos “por la paz y la justicia”, para establecer “la libertad verdadera”. 
  • Que “demos ánimo” y ayudemos a “abrir el corazón”.
  • Y que “no guardemos este tesoro que es Jesucristo para nosotros”. “Con su cercanía, al darnos su vida, nos hará estar cercanos a todos los hombres para dar vida”