Si hay un colectivo que sigue también de cerca el sufrimiento de nuestras gentes son los sacerdotes. Ellos viven con dolor los dramas humanos de sus propios fieles. Y con dolor también celebran las Eucaristías sin ellos, conscientes, no osbstante, de la necesidad de este sacrificio para contribuir a preservar la salud de todos.
Ellos han visto cómo esta pandemia les ha devuelto un silencio y un tiempo orante que puede resultar muy provechoso. “Todo esto nos ha devuelto a las grandes verdades de nuestra vida y de nuestro ministerio. En primer lugar, nos ha devuelto al silencio y al encuentro con Dios cara a cara. Nosotros hemos sido llamados por Él para estar con Él y para compartir su vida, que alienta nuestro corazón y nuestro quehacer. Por eso, esta es una oportunidad para volver nuestra vida a Dios como el único absoluto de nuestra labor. No es tanto lo que nosotros podamos hacer, sino lo que es Él en nosotros”.
Nos lo cuenta José María Somoza, Vicario Episcopal para el Clero, pendiente siempre de los sacerdotes, de cómo viven ellos estos momentos de tribulación. Para él, este tiempo de silencio se llena de Dios en cada momento: “Ese encuentro con el Señor, esa escucha , compartir la Liturgia de las Horas, la celebración de la Eucaristía (solos), el rezo del Rosario … llenan el día muy cargado de la presencia de Dios. Y así reconocemos que Dios está por encima de todo, en medio de las dificultades. Y, desde ahí, iluminamos lo que estamos viviendo también, y escuchando y acogiendo. Es un ejercicio de escucha interior de Dios, que escucha mejor que nadie el clamor de nuestro pueblo. Y el clamor a veces duro, difícil de encajar y de asumir a esta hora por mucha gente”.
UN CONTACTO CONTINUO CON LOS FIELES
De alguna manera, esta crisis sanitaria ha cambiado por completo sus rutinas. Pero no las ganas de estar cercanos a la gente, aún desde la distancia. Lo primero que cambió, justo antes incluso de comenzar el Estado de Alarma, fueron las Misas. Se cerraron nuestros templos, pero no ha cesado la atención de la Iglesia. Los sacerdotes han seguido oficiando Misa … pero en soledad. Una circunstancia que García Somoza califica de “muy difícil”, emocionalmente hablando. “Sobre todo, ha costado encajar el cambio: de estar rodeados de gente a estar en solitario”. Pero esta soledad física no implica que no sientan cercano el calor de sus fieles. “Cuando nosotros celebramos la Eucaristía, cuando nosotros rezamos, tenemos delante en nuestro corazón y en nuestra vida el rostro de todos nuestros fieles, de todas nuestras comunidades. Ponemos encima del altar del Señor a cada persona, cada historia, a todos los enfermos, a todos aquellos que han muerto, a sus familias, a tantas personas que en estos días tienen que hacer un esfuerzo extraordinario de atención en los hospitales y residencias. Y también escuchamos su grito de dolor y dificultad. No estamos al margen de la comunidad. No estamos al margen de la sociedad, sino que en la Eucaristía y en la oración hacemos más presente y viva su vida y su sufrimiento”.
Y más allá de la Eucaristía y la oración, continúan con esa cercanía a sus feligreses, intentando animar su vida de fe: por teléfono, con mensajes, materiales para la oración, … “E intentamos ayudarles a encontrar un sentido a esto, ayudarles a entender lo que está pasando. Yo sé de sacerdotes que están ‘recorriendo’ el pueblo vecino a vecino, llamando a cada uno de ellos por teléfono, interesándose por cómo están, cómo se encuentran, cómo lo llevan. He podido escuchar a personas decir que nunca nos habían sentido tan cerca a los sacerdotes como ahora que estamos distantes físicamente. Es una proximidad de la comunión de la fe, y de la comunión del amor del Señor, que nos hace estar muy próximos”.
LOS ENTIERROS MÁS DUROS
Excepcionalmente, existen momentos en los que se encuentran cara a cara con los fieles: cuando les llaman para la atención o la unción de algún enfermo, a veces también para el Sacramento de la Reconciliación (tomando las distancias necesarias); otras veces, cuando tienen la oportunidad de celebrar Misa en algunas comunidades de vida contemplativa.
Y, sobre todo, el momento de los entierros en los cementerios. “Es el momento más doloroso en el que tomamos contacto directo con la vida y con la muerte”, destaca el Vicario para el Clero. El hecho de que muy pocas personas de la familia pueden estar en ese instante en el cementerio, convierte a este momento en un trance especialmente duro. “Hay ocasiones en las que la familia ha estado mucho tiempo sin ver al enfermo que ha terminado falleciendo, porque no han podido siquiera pasar al hospital. Es una de las cuestiones más dolorosas para quien muere, y también para quien queda”.
“El momento del entierro es un momento breve, pero intenso, en el que procuramos hacerlo con toda la serenidad posible – destaca García Somoza – Y, en ese encuentro ante el féretro, naturalmente tomando las distancias, intentamos mantener la cercanía de la oración, para despedir con sentido a quien ha muerto”.
Oficiar un entierro en estas circunstancias les genera un dolor extraordinario. “Un dolor que nos provoca a todos en algunos momentos incluso las lágrimas. Lágrimas que a veces se quedan en el silencio de lo que no se ha podido decir, lo que no se ha podido expresar, lo que no se ha podido celebrar. Y nosotros, los sacerdotes, intentamos poner en ese silencio la esperanza de la vida, confiados de que estamos en las manos de Dios”.
Y esa esperanza es el alimento vivo que ofrecen nuestros sacerdotes ante momentos tan desgarradores como ése: transmitir la confianza de que Dios no nos abandona, y menos en estos momentos; Él siempre nos acompaña y está con nosotros.