Carta del Obispo: ¿Suerte o providencia?

Seguro que muchos de ustedes estarán esperando que el próximo domingo día 22 los niños y niñas del colegios San Ildefonso de Madrid comiencen a cantar su particular letanía de premios que a unos pocos le sacarán de los agobios económicos de por vida y al resto puede que incluso les toque algún golpe de buena suerte con la pedrea lanzada al voleo para consolación. Así es el Sorteo de Navidad, que, al amparo de estas entrañables fiestas, siempre ha sido visto como una especie de acto reparador de las injusticias surgida del mal reparto de los bienes en nuestro mundo.

Agobiados por llegar a fin de mes a la hora de sacar la familia adelante, en pagar el piso o aliviar el desempleo, en ayudar al hijo o a la hija que se va a casar, por pagar las letras del coche o levantar la hipoteca que no deja vivir, el que más y el que menos ha visto en la Lotería de Navidad una especie de justicia divina que equilibra las desigualdades. Incluso, puestos a dejar volar la imaginación, a algunos hasta se les ha podido pasar por la cabeza -y sólo en ella- vengarse con un par de voces bien dadas del jefe que en el trabajo no les deja en paz. La ilusión es una cosa muy humana y hasta medicinal, siempre que no adquiramos permiso de residencia en el país de las maravillas. Luego es más duro el despertar.

No cabe duda que le hemos dado al dinero un sentido mágico, esperando que algún día esta ruleta de la vida se nos pare en nuestro número con un buen premio. No quiero ser yo quien vaya en estas fechas contra esta manera de concebir la prosperidad personal, máxime cuando el sorteo de Navidad se nos hecho entrañable y popular hasta el punto, casi, que muchos no entenderían unas Navidades sin el coro de los niños de San Ildefonso; pero sí sería bueno no poner toda la ilusión en la “Fortuna” y adquirir algunos décimos de confianza en la Providencia de Dios. Así, a la par que nos ahorramos algunos cuartos, estaremos liberados de la dura desilusión del perdedor, aunque siempre hay un sorteo del “Niño” para hacer más llevadero el drama de perder el dinero jugado.

Pienso que tenemos que recuperar la sabiduría condensada en el dicho popular de “A Dios rogando y con le mazo dando”, hemos de tener mayor confianza en las capacidades transformadoras de nuestro esfuerzo, de nuestro trabajo, a la par que un abandono confiado en la Providencia amorosa de Dios, a la que se nos invita en el Evangelio cuando Jesús nos dice: “No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer? ¿qué vamos a beber?…Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura” (Mt 6,31-33).

Amigos, estamos en las manos de Dios que gobierna nuestro mundo con su providencia y a la vez quiere contar con nosotros como colaboradores para hacerlo progresar. Como ven no se trata de ponerle unas hojas de perejil a la imagen de san Pancracio, es algo mucho más sencillo: aplicarse el viejo lema monacal: ora et labora (reza y trabaja). O si lo quieren, el ya nombrado y más secular de “A Dios rogando y con el mazo dando”. Les deseo que Dios les bendiga y haga felices en esta Navidad y siempre.

+ José María Gil Tamayo, Obispo de Ávila