Este miércoles, 27 de noviembre, se celebra en honor de San José de Calasanz el día de los maestros. En efecto, el 27 de noviembre de 1597, este escolapio aragonés tuvo la idea de abrir una escuela en Roma para niños pobres, lo que supuso ser el pionero en sustentar los principios de la escuela popular, gratuita y universal en Europa, adelantándose dos siglos a la proclama de la Revolución Francesa.
Con este motivo, hemos querido acercarnos a la realidad de la escuela en nuestra diócesis de Ávila, pero desde otro punto de vista. Y es que, además de maestros, en las aulas de nuestros centros católicos convive también una figura de especial relevancia. Se trata del capellán del colegio: un sacerdote encargado de acompañar espiritualmente a la comunidad educativa. Es una dimensión más: aparte de los conocimientos básicos académicos de los que se puedan dar en clase, es necesario también ese acompañamiento y esa comprensión del mundo. Los chavales están en medio de una sociedad que necesita ser comprendida y necesitan una guía para ello. Y para ello, cuentan con la ayuda del capellán, imprescindible para comprender la oferta de una educación integral que ofrece la Iglesia a través de sus colegios.
En el programa del pasado viernes de El Espejo de Ávila, hemos hablado con Álvaro José Sánchez Sáinz-Pardo. Este joven sacerdote (esta semana cumple 30 años) es el capellán de dos colegios diocesanos: Pablo VI y Juan XXIII (este último en La Serrada). Un nombramiento que recibió hace dos años, justo tras su ordenación. Confiesa que es cierto que estamos “más acostumbrados a ver al sacerdote en su parroquia, en un determinado lugar más de un ambiente religioso”. Pero aquí vemos cómo “la Iglesia también acompaña” en otros “lugares seculares, que no secularizados”. En los cuarteles militares, en hospitales, vemos habitualmente la figura de un sacerdote, “pues también lo está en los colegios católicos, los colegios casi lo piden”.
Entonces, ¿de qué se encarga un capellán? “Pues básicamente de acompañar, de ser testigos de cómo Dios está hablando en la historia de cada uno. Es acompañar, es ser la Iglesia que acompaña”. Sin embargo, en esta tarea, el capellán no camina solo. En el caso de los colegios diocesanos, cuenta con un equipo de Pastoral dentro de la Fundación Obispo Santos Moro (quien gestiona dichos centros), “y luego en cada colegio diocesano también hay otro equipo de Pastoral”. Entro todos coordinan las acciones que en cada momento consideran oportunas para compartir con los jóvenes.
Álvaro convive con alumnos desde un año hasta casi mayores de edad (los alumnos de ciclos formativos). A todos trata de atender por igual, “pero el trato con ellos es bastante modular, cada uno a diferentes necesidades y según lo que se va pidiendo. A lo mejor a un niño me conoce más como que soy el que le pinta la cruz el Miércoles de Ceniza con ceniza, y los alumnos de formación profesional me ven como el que se acerca alguna vez al mes o cada 15 días”.
No obstante, su labor se centra, principalmente, con los adolescentes, con la etapa de Secundaria. Pero, en general, la acogida que ha recibido de todos ellos es muy positiva, “tanto de los niños como también de las familias. Que también es un punto de evangelización de los colegios de los diocesanos”. Una labor que se inserta, asimismo, en la realidad de una parroquia, dimensión que “también necesita la escuela católica”. “Yo creo que sí que les gusta, o por lo menos a un tipo de familia, sí que les gusta que haya ese tipo de conexión”, afirma convencido.
Acompañar en los tiempos fuertes del calendario litúrgico, acercar a los alumnos al sacramento del perdón, celebrar la Eucaristía cada mañana en el centro …. son algunas de las labores de un capellán como Álvaro, al que hace poco vimos presidir un emotivo acto en el colegio Pablo VI en oración por las víctimas de la Dana. “En el equipo de Pastoral e comentó la necesidad que había de dar también una respuesta evangélica a todo esto que estaba pasando. En ese diálogo que tuvimos, veíamos la necesidad de reconocer cómo Dios estaba presente en este acontecimiento, en este desastre que hemos vivido. Es decir, cómo es posible que el Dios del Amor haya permitido, a través de la Creación, un desastre tan grande. Entonces nos centramos en ver sobre todo la imagen del Cristo de Paiporta: cómo Cristo mismo se había ahogado, había pasado también por esa dificultad. Y era la respuesta que queríamos dar a toda la comunidad educativa”.