Cada 27 de noviembre, rememoramos una de las apariciones marianas de la Virgen María. Tal día como hoy, en 1830, la madre de Dios se apareció a Santa Catalina Labouré en París, en una escena que se convertiría en la imagen conocida como la “Medalla Milagrosa”. El Arzobispo de París, después de investigar el caso, autorizó la acuñación de la medalla en el año 1832. Fueron tantas las bendiciones que se obtuvieron a través de ella que las personas le dieron el nombre de “La Medalla Milagrosa”.
Esta medalla, como el resto de las medallas de la Virgen y otros objetos de culto, no es un talismán o un objeto de superstición. La promesa de la Virgen, según la cual los que la lleven recibirán grandes gracias, exige de los fieles una adhesión humilde y tenaz al mensaje cristiano, una oración perseverante y confiada, y una conducta coherente: no es sólo llevarla por llevar algo que me proteja. Una devoción perpetuada en el tiempo como un sacramental que prepara a las personas para recibir la gracia y disponer de ellas para cooperar con el misterio salvífico de Dios.
En Ávila, si hablamos de la Medalla Milagrosa, tenemos que referirnos indudablemente a las Hijas de la Caridad, congregación a la que pertenecía Santa Catalina Labouré y que han proseguido con esta maravillosa historia de devoción. Las Hojas de la Caridad tienen amplia presencia en la diócesis, con dos comunidades en la capital y otra más en Sotillo de La Adrada. Asimismo, en la capital contamos con un centro educativo que porta dicho nombre (“Milagrosa – Las Nieves”), gestionado por las propias Hijas de la Caridad. Y no podemos olvidarnos tampoco de que esta devoción da nombre a una de las parroquias del sur de la capital abulense, la parroquia de la Virgen de la Medalla Milagrosa, y que forma parte de la unidad pastoral Santo Tomás-Milagrosa.