“Un ejemplo para la Iglesia de Ávila”, que forma parte de “las señas de identidad y devoción de los abulenses”. Es la definición que sobre San Segundo ha ofrecido Mons. Rico, en la que ha sido su primera celebración del patrón de la diócesis en la Catedral.
GALERÍA DE IMÁGENES DE LA CELEBRACIÓN (fotos: Gonzalo G. de Vega)
En su homilía, el obispo de Ávila ha querido hacer referencia a la costumbre popular de introducir el pañuelo del sepulcro del Santo en su ermita y pedir las tres gracias. Y, siguiendo esa tradición, Mons. Rico pedía para todos, “por su intercesión, que nos dé fortaleza en la fe, nos enseñe a perdonar, y a ser capaces de dar testimonio de Cristo”.
Fortaleza en la fe
“La fe en Cristo es la clave. Todo arranca de la gran pasión por Jesucristo. Él fue el centro de su vida como lo ha de ser de las nuestras. La pasión por Él y por su causa, el Reino, nos convierten en testigos. No podemos transmitir a Cristo si nosotros mismos no estamos cerca de él. Por eso la mejor herencia para nosotros de los mártires es su fe, una fe firme y perseverante. La carrera de la fe es una carrera de fondo, carrera que sirve paciencia y la paciencia sale de esfuerzos, superación y aguante”.
Pedía Mons. Rico García mirar con “veneración y con amor la figura de San Segundo, testigo de la fe”, y orar para que el Señor “nos conceda esa capacidad de entrega. No nos debe animar ninguna otra aspiración, sino es el deseo de serle absolutamente fieles”.
Una fidelidad que pasa asimismo por aceptar la cruz, el sufrimiento. “La contradicción forma parte de la vida del discípulo. Esta contradicción se expresa en miedos, a quedarnos solos, a ser rechazados. Nos asalta la duda de si no estaremos equivocados, si no estaremos perdiendo el tiempo. Necesitamos una fe y una confianza firme del Señor que nos ayude a apaciguar nuestros miedos interiores y a resistir las dificultades que nos vienen de fuera, sin endurecernos, sin acomplejarnos, sin claudicar”.
Aprender a perdonar
Es el segundo deseo al santo: la lección que nos ofrecen los mártires del perdón incondicional, explicaba el obispo. “Ellos mueren perdonando. Por eso son mártires de Cristo que en la cruz perdonó a sus enemigos. El perdón es constitutivo de la identidad del cristiano. ‘Todos aman a los amigos. Sólo los cristianos aman a los enemigos’, decía Tertuliano. El amor a los enemigos es la verdadera y característica síntesis del Evangelio”.
Recordaba Mons. Rico que el perdón es la seña de identidad del mismo Cristo. “Toda la vida de Jesús certifica ese amor incondicional dirigido también al enemigo. El mismo Jesús llega a lavar los pies a Judas. Llega hasta la cruz, un lugar de amor a los suyos hasta el extremo, llega hasta la oración por sus verdugos mientras le crucifican”.
“Es posible amar al enemigo. ¿Es humanamente posible esta escandalosa simultaneidad? Lo hemos visto en los mártires. El Evangelio conduce al cristiano a ver en sí mismo al adivino amado por Dios y por el que ha muerto Cristo. Esta es la experiencia básica de la fe. Sólo de ella puede nacer el ideario espiritual que conduce al amor. El perdón es la misteriosa madurez de la fe y de la muerte que muestra su poder con el perdón y la misericordia”.
En este sentido, el obispo de Ávila pidió a los fieles que seamos “sembradores de humanidad y de conciliación en una sociedad azotada por tanta división en la que no faltan las tensiones y los enfrentamientos”.
Testimonios creíbles
Por último, el prelado abulense expresó la necesidad en nuestro mundo “del testimonio creíble de cristianos que presenten de modo humilde la belleza de la fe cristiana sin falsos compromisos”. “El testimonio de cada uno es insustituible para que el Evangelio pueda cruzarse con la existencia de tantas personas. Por eso se nos exige la santidad de vida. En definitiva, la invitación a evangelizar se traduce en una llamada a la conversión. Podríamos preguntarnos, ¿propone nuestra vida una forma de costumbre, un modo de vivir que narre a Dios a través de Jesucristo? Nuestra vida es una vida marcada por el don de sí mismo, por el servicio de los hermanos, una vida constantemente orientada a la salida. Ojalá que en cada uno de nosotros se vea que el Reino de Dios es como ese tesoro escondido en el campo, o como esa perla preciosa por la que merece la pena entregar la vida, no con la actitud de una sombría y triste renuncia, sino con la alegre certeza de estar consiguiendo algo mucho mejor. Que el Evangelio es en verdad fascinante”.
“Demos gracias a Dios por la vida de San Segundo y de tantos testigos que han sido y siguen siendo faros y guías en el camino de la vida”, concluía el obispo su homilía, pidiendo para los fieles el “ardor evangelizador” que caracterizó a San Segundo, dándonos “ánimo y fuerte alegría para seguir transmitiendo el Evangelio en los contextos donde nos toque”.