Este lunes ha dado comienzo una nueva edición de la Formación Permanente del Clero, que se desarrollará todas las semanas hasta mayo, para concluir con la fiesta de San Juan de Ávila, patrono del clero español. El título del programa de este año, “¿Cómo ser una Iglesia sinodal en misión?”, hace suya la pregunta principal que se plantea a la Iglesia en el documento “Hacia octubre de 2024” de la Secretaría General del Sínodo, una vez celebrada la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo. En él se recogen las indicaciones sobre los pasos a dar en los meses que nos separan de la Segunda Sesión de la Asamblea Sinodal (octubre de 2024), para continuar el camino deseado y lanzado por el Santo Padre el 9 de octubre de 2021: Por una Iglesia sinodal. Comunión, participación, misión. El proceso del Sínodo 2021-2024, en su conjunto, es la fuente principal de inspiración. “El objetivo es identificar los caminos a seguir y los instrumentos a adoptar en los diferentes contextos y circunstancias, para potenciar la originalidad de cada bautizado y de cada Iglesia en la misión única de anunciar al Señor Resucitado y su Evangelio al mundo de hoy. No se trata, por tanto, de limitarse al plan de mejoras técnicas o de procedimiento que hagan más eficaces las estructuras de la Iglesia, sino de trabajar en las formas concretas del compromiso misionero al que estamos llamados, en el dinamismo entre unidad y diversidad propio de una Iglesia sinodal”.
Sinodalidad y colegialidad
Para esta primera charla, contamos con la experiencia sinodal en primera persona de D. Eloy Bueno de la Fuente, Catedrático de la Facultad de Teología del Norte de España (Burgos), que es miembro de la Asamblea sinodal. A lo largo de dos horas y media, compartió sus impresiones de esta primera fase, confesando una de las primeras cosas que llamaron la atención en la convocatoria del Sínodo: que hubiera personas que no fueran obispos. “Pero sin embargo, en los Sínodos diocesanos, la mayoría eran laicos”. Mientras que el Sínodo de obispos surgió en el vaticano II porque los obispos sugirieron una representación del episcopado global para que estuvieran junto al Papa en las decisiones que afectaran al global de la Iglesia”. Por ello, recordó la necesidad de conjugar sinodalidad (como algo que afecta al conjunto del pueblo de Dios) con la colegialidad (como algo que es propio del ministerio de los obispos).
“El Sínodo de la Sinodalidad no es una ocurrencia del Papa Francisco (hay que denunciar esta simplificación). La sinodalidad como idea tiene raíces muy antiguas, como las Asambleas eclesiales descritas en Hechos de los Apóstoles (el llamado Concilio de Jerusalén). Es un modo de dar concreción a la comunión a través de la diversidad y de la diferencia. Todo ello nos lleva a converger en el servicio a la misión”. Una convergencia que tiene como fundamento, entre otras cuestiones, la necesidad de promover una actitud de escucha, “que es más que oír, con el objetivo de descubrir que en el otro hay algo que no tengo. Solo cuando uno escucha tiene autoridad para hablar”.
“Una de las novedades es que el Papa Francisco refunda el proceso del Sínodo, destacando la importancia al momento de consulta, que no es previo o preparatorio. Se trata de que lo que hagan los obispos no vaya independiente de lo que hayan dicho o siente el conjunto del pueblo de Dios. Por eso, los que están en el aula sinodal son testigos y memoria del sentir del pueblo de Dios. Así, lo que se ha hecho en las fases anteriores no desaparece porque hay personas concretas que han participado en momentos anteriores y actúan ahora como testigos frente al Papa. Así no se desvincula sinodalidad y colegialidad”.
“Todo esto no es algo preparatorio para que el Papa haga un documento. Que la asamblea como tal pueda hacer su propio documento sería lo ideal, como pasa en el Concilio: el Papa firma un documento y lo acepta, y así el Sínodo adquiere solidez y consistencia. Es sumamente complejo, pero sentimos la necesidad de que eso fuera posible. Porque la presencia del pueblo de Dios puede acabar simplemente con la clausura del evento (asamblea de octubre), pero por la lógica del asunto no debería ser así. Lo ideal sería que el documento final vuelva de nuevo al pueblo de Dios, y ya se dé para firmar al Papa. Es cierto que esto puede causar cansancio y tedio por el proceso. Pero es que si el proceso arranca del pueblo de Dios, debe volver a él”, explicaba D. Eloy Bueno.