Queridos hermanos:
Me dirijo a vosotros para animaros a dar respuesta generosa a la campaña que un año más lleva a cabo en nuestra diócesis de Ávila la Organización Católica Manos Unidas en su lucha contra el hambre en el mundo y en la promoción del desarrollo humano integral de todas las personas.
Dentro de su plan trienal, esta organización, nacida de las mujeres de Acción Católica y presente en nuestra diócesis con un abnegado grupo de personas comprometidas, pretende contribuir, como señala en su Documento Base, “a la realización de los derechos humanos, especialmente entre las personas más pobres y vulnerables del planeta, trabajando por el derecho a una vida digna, que incluye el indispensable derecho a la alimentación, dentro de un medioambiente adecuado, mejorando los cauces de participación ciudadana para afianzar los mencionados derechos humanos y afianzando la corresponsabilidad de todos en el bien común”.
Como se puede ver, no se trata de “dar trigo” sin más, sino de una verdadera lucha contra la pobreza integral en los países más empobrecidos de mundo, analizando las causas que la provocan y difundiendo en nuestra sociedad una verdadera cultura de la solidaridad en sentido amplio, que incluye también la “conversión ecológica”, la del cuidado de nuestro planeta, de la tierra, nuestra casa común.
Gracias a Dios, por el impulso del Papa Francisco con su encíclica Laudato si´, los católicos nos vamos dando cuenta de la dimensión moral del problema ecológico, de la falta del cuidado de la tierra, de las consecuencias del cambio climático, de lo que supone la persistencia en los países ricos en un desarrollo indiscriminado, que agota los recursos naturales y provoca verdaderos desastres ecológicos que dañan sobre todo a las poblaciones más pobres del mundo.
Así lo destaca el Papa cuando denuncia en la mencionada encíclica que “muchos pobres viven en lugares particularmente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos forestales. No tienen otras actividades financieras y otros recursos que les permitan adaptarse a los impactos climáticos o hacer frente a situaciones catastróficas, y poseen poco acceso a servicios sociales y a protección. Por ejemplo, los cambios del clima originan migraciones de animales y vegetales que no siempre pueden adaptarse, y esto a su vez afecta los recursos productivos de los más pobres, quienes también se ven obligados a migrar con gran incertidumbre por el futuro de sus vidas y de sus hijos. Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna. Lamentablemente, hay una general indiferencia ante estas tragedias, que suceden ahora mismo en distintas partes del mundo. La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil” (LS 25).
Precisamente la campaña de Manos Unidas este año 2020, con el lema “Quien más sufre el maltrato al Planeta no eres tú”, está dirigida, además de a concienciarnos del problema ecológico, a ayudar con proyectos concretos de desarrollo integral y sostenible a poblaciones empobrecidas por las consecuencias del cambio climático, restaurando con proyectos concretos lo que se ha venido en llamar la “justica climática” con el medioambiente, con los pobres afectados y con las generaciones futuras para que puedan desarrollarse en un ambiente saludable.
Estamos, por tanto, ante una nueva categoría de pobreza cuya erradicación es vital para todos y que exige en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas salir de nuestras rutinas y saber escucha este nuevo clamor de los pobres, cambiando actitudes y comportamientos personales y sociales no acordes con el Mandamiento Nuevo de la Caridad (cf. Jn 13,34-35), como pueden ser el consumismo, el relativismo moral y el individualismo que lleva a al olvido del bien común. En definitiva: la pérdida del sentido de Dios y en consecuencia del valor inalienable de la persona humana.
El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, que está siendo guía para la elaboración del Plan Pastoral de nuestra diócesis, nos señala que “la Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas. En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37), lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos. La palabra «solidaridad» está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” (EG 188).
Manos Unidas nos ofrece la oportunidad de colaborar en esta corriente de solidaridad humana y cristiana. Seamos generosos, como siempre lo son los abulenses, con esta noble causa, y no dejemos ninguna comunidad parroquial o entidad cristiana, por pequeña que sea, de aportar su donativo, pues “de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad. Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo” (EG 186-187).
Y en este gran empeño de solidaridad cristiana no nos olvidemos de recurrir al gran remedio de la oración a Dios que acompaña siempre y hace verdadero todo compromiso cristiano.
Con mi bendición y afecto,
+ José María Gil Tamayo, Obispo de Ávila