Después de la Pascua de Resurrección y mientras nos preparamos para recibir los dones del Espíritu Santo, de camino, celebramos la Pascua del Enfermo, el VI domingo de Pascua, día 22 de mayo, que tendrá lugar en el ámbito de cada Parroquia.
La Pandemia del Covid-19 se resiste a dejarnos; junto a esto, muchos enfermos siguen padeciendo otras patologías que nos sumergen en el mundo del sufrimiento; es por ello que recordamos el Servicio de Atención Religiosa Católica del Hospital que llevan a cabo en nuestro país sacerdotes y personas idóneas. Les mostramos nuestra gratitud. Ésta es nuestra certeza: la Pastoral de la Salud es la Posada del Amor en la que siempre están las puertas abiertas para acoger a todo el que sufren; por sus ventanas entra el aire de Dios que mitiga el dolor y alienta la esperanza. El Posadero es JESÚS: “Sus heridas nos han
curado” (Is 53,5). Hasta ella llegamos caminando en comunión y con la participación en esta misión que nos confía la Iglesia diocesana para mejor cumplir la propuesta de Jesús: “Sed misericordiosos como vuestro padre es misericordioso” (Lc 6,36).
«Acompañar en el sufrimiento» es el lema que el departamento de Pastoral de la Salud ha propuesto para esta Campaña que tiene como fin sensibilizar sobre la necesidad de asistir a los enfermos y a quienes los cuidan.
En sintonía con el lema, «Acompañar en el sufrimiento», los obispos de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social recuerdan que los Evangelios nos narran los continuos encuentros de Jesús con las personas enfermas para acompañar su dolor, darle sentido, curarlo. Por eso, afirman, “como discípulos suyos, estamos llamados a hacer lo mismo”.
En este sentido, destacan que la experiencia vivida durante estos dos últimos años con la pandemia de la Covid-19, ha mostrado nuestra vulnerabilidad y, sobre todo, «nos ha hecho percibir la necesidad de acompañar a los que sufren cualquier tipo de enfermedad, ya sea de las más habituales, ya de otras menos <visualizadas> que provocan un sufrimiento grande como las enfermedades mentales, las neurodegenerativas (ELA, Alzheimer…) o las denominadas “enfermedades raras”, para las que se destinan menos recursos humanos y materiales”.
Cuando no es posible curar, siempre es posible cuidar
Los obispos resaltan que el enfermo “es siempre el centro de nuestra caridad pastoral. No podemos dejar de escuchar al paciente, su historia, sus angustias y sus miedos. Incluso cuando no es posible curar, siempre es posible cuidar, siempre es posible consolar, siempre es posible hacer sentir nuestra cercanía”.
“El mayor dolor –puntualizan- es el sufrimiento moral ante la falta de esperanza”. Y esa falta de esperanza, matizan “nace con frecuencia en terrenos donde no se ha sembrado la fe. Como nos recuerda el Papa Francisco, <si la peor discriminación que padecen los pobres -y los enfermos son pobres de salud- es la falta de atención espiritual, no podemos dejar de ofrecerles la cercanía de Dios, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y maduración en la fe>” (Evangelii gaudium, 200).
Para concluir, y también recordando las palabras del Santo Padre, los obispos reafirman la importancia de las instituciones sanitarias católicas como «un tesoro precioso que hay que custodiar y sostener» pues «su presencia ha caracterizado la historia de la Iglesia por su cercanía a los enfermos más pobres y a las situaciones más olvidadas».
Además, reinvindican la importancia de su presencia hoy, «incluso en los países más desarrollados» porque junto al cuidado del cuerpo, ofrecen «aquella caridad gracias a la cual el enfermo y sus familiares ocupan un lugar central». Por eso, «en una época en la que la cultura del descarte está muy difundida y a la vida no siempre se le reconoce la dignidad de ser acogida y vivida, estas estructuras, como casas de la misericordia, pueden ser un ejemplo en la protección y el cuidado de toda existencia, aun de la más frágil, desde su concepción hasta su término natural”.