Con motivo del inicio este 19 de octubre del Año Jubilar por el IV Centenario de la beatificación de San Pedo de Alcántara, ve la luz la carta pastoral de Mons. José Mª Gil Tamayo que lleva por título “Un modelo e intercesor para todos”. En ella, desgrana las dos enseñanzas más sobresalientes que nos dejó el santo alcantarino: el fomento del valor de la oración y la apuesta por el desprendimiento y la sobriedad como estilo de vida. Asimismo, detalla cuáles desearía que fueran los verdaderos frutos de este Año Jubilar, concedido para la localidad abulense de Arenas de San Pedro (lugar donde reposan sus restos) desde el 19 de octubre de 2021 hasta el 19 de octubre de 2022, del que espera sea una buena “ocasión de renovación espiritual y compromiso cristiano”.
Al inicio de su carta pastoral, el obispo de Ávila destaca lo sorprendente que resulta la repercusión que sigue teniendo la figura de san Pedro de Alcántara casi 500 años después de su muerte. Un santo querido y admirado por la abulense Teresa de Jesús (que le escogió en numerosas ocasiones como su confesor), y querido y admirado también por el pueblo de Arenas “hasta el punto de añadir para siempre su nombre a sus señas de identidad”.
Un santo que, pese a su noble origen, decidió seguir los pasos del poverello de Asís, mostrándonos de nuevo que, “quienes marcan la dignidad humana de forma tan señera que trasciende su propia época (…) no son aquellos que este mundo reconoce como ‘principales’, ‘poderosos’ o ‘notables’; sino quienes escuchan la Palabra de Dios y la cumplen con humilde corazón”.
Recuperar el valor de la oración y la vida espiritual
Destaca Mons. Gil Tamayo en su carta cómo la vida de san Pedro de Alcántara estuvo marcada por el ánimo de poner a Dios “por encima de todo”. Es la gran lección que indica el prelado abulense que nos deja el santo extremeño “en un mundo tan secularizado como el nuestro y en la llamada ‘sociedad del bienestar’, en la que tanto se olvidan los valores espirituales y hasta a Dios mismo”.
“El mensaje fundamental que nos ha legado san Pedro de Alcántara es, por tanto, éste: abramos el corazón a Dios en la oración, y dejemos que el Espíritu de Cristo resucitado transforme nuestra vida, como Él quiera, para lo que Él quiera y donde Él quiera. Sólo así seremos verdaderamente felices”.
“No podemos ser verdaderos cristianos sin oración”, nos señala Don José María. Y, en ese camino, nos recuerda que sin esa oración tampoco se puede mantener el compromiso cristiano y el afán evangelizador.
En este sentido, nuestro obispo destaca su deseo de que este Año Jubilar sirva para que descubramos “el valor y la práctica de la oración en nuestra vida personal y familiar”, y propone que se fomenten escuelas de oración en las parroquias y comunidades cristianas, así como en las familias, donde insiste en que sigamos enseñando a niños y jóvenes “aquellas oraciones que de pequeños aprendimos de labios de nuestros mayores”. Asimismo, exhorta a los fieles a que puedan visitar y mantener “asiduo trato” con los 14 monasterios femeninos de clausura existentes en la diócesis, a los que califica de “verdaderas escuelas de oración e intercesión”.
Termina este capítulo haciendo una llamada directa a los sacerdotes, para que sigan mostrando su “pronta y generosa dedicación a ejercitar su servicio ministerial en la celebración del Sacramento de la Penitencia, atendiendo personalmente a cada penitente”, pues recuerda, que en este empeño de renovación espiritual que supone el Año Jubilar, es fundamental la conversión personal, ejercitada de forma frecuente en dicho Sacramento.
Desprendimiento solidario por una sociedad más justa
Como segundo punto clave del legado de san Pedro de Alcántara, Mons. Gil Tamayo destaca la pobreza y sociedad evangélica, valores que siguen teniendo especial preminencia para todos los cristianos, “dentro de las posibilidades prudentes de nuestro propio estilo de vida”. “El ejemplo heroico de desprendimiento cristiano de los bienes materiales del que nuestro san Pedro de Alcántara nos sensibiliza con los pobres y descartados lo transforma en solidaridad para quien lo necesita”.
Ese desprendimiento de lo material, esa sobriedad, es, pues, “un medio privilegiado para configurarnos con Cristo”. Pero a su vez, es un medio para que realmente pueda existir “una fraternidad real en este mundo y un justo e igualitario reparto de bienes en esta sociedad con tantas desigualdades entre personas, pueblos y religiones”.
Anima en su carta D. José María a que hagamos de los más pobres y desvalidos nuestra preferencia, en medio de una sociedad de consumo “muchas veces egoísta, en la que priman los medios de vida sobre las razones por las que vivir”. Y expresa su deseo de que este Año Jubilar ofrezca frutos “generosos de solidaridad con los más pobres y necesitados, junto con nuestra conversión y acercamiento a Dios. Vivir, en definitiva, de una manera más comprometida y conjuntada nuestro amor a Dios y al prójimo”.
Concluye la carta pastoral bajo el amparo de la Virgen, a la que pide protección para todos, “especialmente a quienes más han sufrido las consecuencias de la pandemia del COVID-19”.