Apertura en Ávila de la fase diocesana del Sínodo

En un “espíritu de familia y de Iglesia”, como definió Mons. Gil Tamayo, comenzaba este domingo la fase diocesana del Sínodo, que se abrió oficialmente en nuestra diócesis con una Eucaristía en la Catedral. Un momento único de unión para “seguir caminando juntos”, para “escuchar y conocer” el sentir de todo el pueblo de Dios sobre su Iglesia.

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Comienza así esta dinámica sinodal de consultas que promovió san Pablo VI y que supone uno de los grandes frutos del Concilio: una Iglesia que debe estar constantemente escuchando. Como explicaba nuestro obispo, “no es únicamente una consulta a los obispos: el espíritu sinodal, que es caminar juntos, quiere que se escuche al pueblo de Dios. Y esto dará como resultado una enseñanza sobre la respuesta de la Iglesia acerca de temas concretos, que necesitan de la fuerza del Espíritu”. Una Iglesia particular, concretada en nuestra realidad de la diócesis de Ávila, una “Iglesia centenaria, con un gran acervo de santidad, pero también con muchos santos de la puerta de al lado, que no siempre percibimos adecuadamente”. 

“Esto no es el CIS. No es una consulta de una encuesta para hacer baremos o estadísticas. Es, sencillamente, la escucha de Dios a través del sentir de su pueblo. Saber qué dice la Iglesia de sí misma”, destacaba D. José María. Y esto conlleva también generar un sentido de pertenencia a la propia Iglesia, sentirla como propia, y que refleje, “como un gran mosaico, con sys colores variados, una imagen conjunta, bella y compacta”.

“Vivir la sinodalidad – explicaba Mons. Gil Tamayo – implica comunión con Cristo. No puede haber vida eclesial si no hay vida de unión con Él, con la Iglesia, con todo el cuerpo eclesial de la diócesis. Y también con el Papa, como sucesor de Pedro. Debemos acogerle y orar con él”.

En este gran conjunto y en ese sentir de caminar juntos, nadie puede quedarse fuera. Porque, cada cual, con su misión, con su visión y su forma de entender la vida, con cada riqueza de nuestros carismas, “tenemos una corresponsabilidad dentro de la propia Iglesia. San Pablo nos dice que cada uno de nosotros somos una parte del cuerpo de Cristo. La Iglesia no es una asociación, es un misterio de la fe, es el mismo cuerpo de Cristo. Por ello, hemos de cumplir nuestra función en el cuerpo eclesial. Y no sólo eso, sino que hemos de invitar a otros a amar a la Iglesia, a esa corresponsabilidad”.

“Esa es la Iglesia que quiere el Papa – insistía nuestro Obispo – Y es la Iglesia que debe ser. No una Iglesia de mantenimiento, que guarda en el tarro de las esencias el pasado, sino una Iglesia que camina hacia adelante. Unida. En comunión”.

Por ello, quiso nuestro Pastor pedir a la Virgen la “cohesión en la diversidad de carismas, de formas de ser y vivir”, para que podamos cumplir nuestra misión de hacer presente a Cristo en el aquí y ahora.