Por segundo año consecutivo, la celebración del Corpus Christi ha debido adaptarse a las circunstancias de la pandemia. Sin niños de Primera Comunión, y sin procesión con Cristo Sacramentado por nuestras calles, esta solemnidad se ha vivido de forma austera pero intensa. Porque “aunque hayamos rebajado la solemnidad exterior, necesitamos más que nunca acudir a Cristo”, según destacaba en su homilía nuestro obispo.
En la celebración de la Catedral, con gran afluencia de fieles, Mons. Gil Tamayo se refería a estas circunstancias especiales en las que no podemos llevar a cabo la “dimensión exterior de mostrar nuestra reverencia a Cristo, verdaderamente presente en la Eucaristía.
Circunstancias especiales que tanta incidencia están teniendo en nuestras vidas, y el reguero de sufrimiento que deja. Amén de las consecuencias socioeconómicas que nos vendrán como un tsunami mantenido en el tiempo si no trabajamos juntos para remediarlo”.Sin embargo, la fiesta del Corpus, señalaba el obispo, es un momento importante para reverenciar la entrega y el amor de Cristo a los hombres. “Cristo es el que entrega su cuerpo y derrama su sangre para el perdón de los pecados. Y eso se renueva siempre en cada Eucaristía. Cristo se nos ha quedado presente y por eso le reverenciamos”.
En este sentido, el prelado animaba a no perder la fe de nuestro pueblo de Ávila, “tradiciones que no pueden quedar dormidas en un mero costumbrismo, sino con la caridad de los cristianos que recogen la fe de sus mayores. No bajemos la guardia por mantener viva la llama de la fe de nuestro pueblo”.
“Cristo donde quiere habitar es en el corazón de cada uno de nosotros, especialmente de los que más sufren.
Por eso la Eucaristía remite especialmente a la caridad, al servicio como hizo Cristo arrodillandose y lavando los pies, e instituyendo el mandamiento nuevo de la caridad”. Por ello, Mons. Gil Tamayo expresaba el agradecimiento de toda la Iglesia “a la institución que la representa en el ejercicio de la caridad.
Gracias a los voluntarios y a los trabajadores de Caritas”.
En un momento social difícil como el que vivimos, D. José María pedía que la pandemia no sea algo que pase sin más, sino que verdaderamente suponga un antes y un después. “Tiene que suponer lo, como personas dependientes de Dios y de los demás y de entendernos como pueblo. En este punto, no caben los regateos y los intereses personales. Es un tiempo de tarea conjunta. Y aquí Cáritas nos muestra que podemos ser más pueblo a todos los niveles, como dice su lema de este año para este Día de la Caridad”.
“Necesitamos recuperar el sentido de patria, de nación, de lo común, de trabajo conjunto. Que no se abran brechas ideológicas, de vencidos y vendedores”, explicaba el obispo abulense, para quien este modo de actuar no es una opción de oportunidad, sino de necesidad urgente. “Hay que hacer un paréntesis para buscar lo común, lo que nos une”.
Algo complicado en este momento, en el que existe “una dinámica de confrontación, de falta de consenso”. Para ello, pedía D. José María que, ahora que vamos recuperando una cierta normalidad, no recurramos a las viejas costumbres que nos enfrentan, sino que aprendamos una dinámica nueva. “Soñemos juntos, nos dice el Papa. Seamos un pueblo unido, con identidad, que asume su memoria, que construye su futuro juntos. No podemos ser clases pasivas en una inercia de la historia que nos lleva a nuestros propios intereses. Unidad. Unidad. Unidad”, repetía en varias ocasiones.
“Aunque Cristo no salga a la calle que salga a través de vuestras manos, de vuestro corazón, que nos haga un pueblo más unido, más fraterno, que ayude a nuestra sociedad”, concluía la homilía.
La Eucaristía concluía con una adoración al Santísimo, que procesionó en manos del obispo en una sencilla Custodia por todas las naves de la Catedral.