Una eficaz trasmisión de la Palabra de Dios

Este lunes han concluido las ponencias de la formación permanente del clero de este curso pastoral. Y lo ha hecho reflexionando sobre el cuidado de la Palabra en nuestras celebraciones, con una doble ponencia.

En primer lugar, el sacerdote diocesano y teólogo José Manuel Sánchez Caro ha querido reflexionar sobre la Palabra de Dios en la liturgia, comentando la la Exhortación Apostólica de Benedicto XVI Verbum Domini.

Preguntándose qué significa cuando en Misa escuchamos la expresión “Palabra de Dios” y por qué la aceptamos como tal, ha querido definirla como la comunicación de Dios a los hombres mediante un diálogo que tiene sus raíces en la misma vida trinitaria, pues “Dios se nos da a conocer como misterio de amor infinito, en el que el Padre expresa desde la eternidad su Palabra en el Espíritu Santo. No obstante, ha recordado que Dios no pronuncia palabras, propiamente dichas. “Empleamos el término Palabra de Dios, cuando nos referimos a la Sagrada Escritura, como el acercamiento de Dios al hombre comunicándose con palabras humanas, dichas por hombres y al modo humano”.

Por ello, todo acto litúrgico está por su naturaleza empapado de la Sagrada Escritura. “La Iglesia siempre ha sido consciente de que, en el acto litúrgico, la Palabra de Dios va acompañada por la íntima acción del Espíritu Santo, que la hace operante en el corazón de los fieles”.     

Sánchez Caro ha destacado asimismo cómo Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra. “La Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en el acontecimiento eucarístico. La Eucaristía nos ayuda a entender la Sagrada Escritura, así como la Sagrada Escritura, a su vez, ilumina y explica el misterio eucarístico”. En este sentido, ha recalcado la importancia de Leccionario como instrumento para favorecer la comprensión de la unidad del plan divino, mediante la correlación entre las lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Asimismo, ha invitado a recordar la importancia, la dignidad y la obligatoriedad para los clérigos de la Liturgia de las Horas, a vivir con fidelidad este compromiso en el que la Palabra de Dios va acompasando las tareas a lo largo de las horas del día. “Y se nos invita, especialmente a las parroquias, a difundir más en el Pueblo de Dios este tipo de oración, especialmente la recitación de Laudes y Vísperas”.

Un capítulo especial es el dedicado a aquellas celebraciones de la Palabra en aquellas comunidades en las que, por la escasez de sacerdotes, no es posible celebrar el sacrificio eucarístico en los días festivos de precepto, evitando, sin embargo, que ésta se confunda con las celebraciones eucarísticas. “Especialmente con ocasión de peregrinaciones, fiestas particulares, misiones populares, retiros espirituales y días especiales de penitencia, reparación y perdón. Hay que aprovechar muchas formas de piedad popular”.

Finalmente, ha abogado por un mayor cuidado en la proclamación de la Palabra de Dios. “No se puede improvisar. Es nuestro punto débil. “La proclamación de la Palabra de Dios es algo que debemos cuidar tanto el sacerdote y diácono, que proclaman el Evangelio, como el lector encargado, hombre o mujer, que proclaman la primera y la segunda lectura y el salmo responsorial. Si no se nos entiende, ¿para qué lo hacemos? Han de ser idóneos, lo cual lleva consigo una preparación que ha de ser tanto bíblica y litúrgica, como técnica”.

La importancia de la homilía

Para terminar, nuestro obispo D. José María ha querido proponer unos apuntes prácticos para que las homilías se conviertan en un medio de comunicación eficaz. Una homilía que debe ser clara, concisa y breve, pero bien preparada con anterioridad. Que debe comunicarse  haciendo uso de todas las herramientas comunicativas posibles, apoyándose tanto en la comunicación verbal como en la no verbal. Y siempre adaptada a la realidad del momento, del lugar y de las circunstancias propias de cada celebración. Una homilía que transmita la Palabra de Dios “encarnada en un contexto concreto de sociedad de la información”, señalaba Mons. Gil Tamayo. Una sociedad en la que los medios son parte de las relaciones interpersonales, y en la que nuestro propio conocimiento de la realidad se encuentra mediatizado. “Como ya señaló San Juan Pablo II en Redemptoris Missio, no basta con usar los medios, sino que hay que saber integrar el mensaje en esta nueva cultura creada por la comunicación moderna”.

“No puede ocurrir que hablemos y no nos entiendan”, afirmaba D. José María. “Hay que esforzarse y arriesgar. Lo que no podemos decir es que no nos ha dado tiempo a preparar la homilía”. Una homilía que siempre ha de tener como objetivo transmitir los mensajes nacidos de la Palabra de Dios para la vivencia cristiana. Para ello, el obispo de Ávila apuntaba como necesario buscar modos de captar el interés de la audiencia a quien va dirigida (saber si hay que convencer, persuadir o simplemente orientar), y crear un mensaje directo y claro para el receptor. Establecer unos pocos objetivos y adecuar el lenguaje a ellos. “Y siempre que se pueda, no leer papeles”.