Cerca de un centenar de sacerdotes de la diócesis han participado esta mañana de Miércoles Santo de la Misa Crismal, celebrada en la Catedral del Salvador, y en la que, además de bendecir los sagrados óleos, han podido renovar sus promesas sacerdotales. Un momento “de especial comunión entre el presbiterio, y de los presbíteros con su obispo”, como definía el prelado abulense.
En su homilía, Mons. Gil Tamayo ha hecho hincapié en la entrega y el servicio al que están llamados todos los sacerdotes, pues, al ser consagrados y ungidos por el Espíritu, “éste nos ha configurado con Cristo. Esa consagración exige una totalidad de nuestro ser. Todos somos instrumentos vivos de Cristo, todo sacerdote representa a Cristo, nos dice el Concilio”.
Una entrega a la que están llamados, aún siendo conscientes de la debilidad de cada uno. “Somos conscientes de nuestras flaquezas como Iglesia, pero también de las propias, y las de nuestros hermanos en el sacerdocio. Con víctimas evidentes, que claman al cielo con su dolor y exigen una justa reparación, justicia, y exigimos todos la justa prevención”. Pero, frente a ello, pedía el obispo de Ávila que no renunciemos pese a todo a la santidad. “Imitemos la fe de cuantos nos han precedido. Tenemos en la memoria el recuerdo de tantos sacerdotes buenos de esta diócesis de Ávila, y damos gracias a Dios por ellos. Tenemos incluso testimonio de sacerdotes abulenses mártires por su fe. Ellos son verdadera huella de Dios”.
“Amemos la Iglesia de Ávila – proseguía el obispo -, que la componemos tú y yo, a pesar de los pesares, de nuestros pecados y dificultades”. Para ello, hacía una llamada a construir, no a destruir, y a poner en práctica siempre un espíritu constructivo. “Hemos de consolar afligidos, corazones desgarrados. Para ello hemos de mostrar alegría en vez de tristeza. Estamos muy necesitados de ello ahora. Levantemos el ánimo, pues el anuncio de la Buena Nueva es siempre algo positivo. No dejemos que simplemente pase la tormenta y ya veremos”.
En este momento concreto de crisis que estamos padeciendo, Mons. Gil Tamayo animaba a los sacerdotes a llevar paz y consuelo a enfermos, a las familias, a los jóvenes. Y unas palabras especiales para la pastoral vocacional, “que debe ser más fuerte e incisiva”, con un agradecimiento a los formadores y a los seminaristas por su valiente elección de vida, a la vez que pedía a los fieles que “queramos a nuestro Seminario”.
Junto a la Virgen de la Caridad, aquella imagen ante la que pidió maternal protección Santa Teresa de Jesús al fallecer su madre, proseguía la Eucaristía, entre las correspondientes medidas de prevención de la COVID19. En ella, los sacerdotes han pronunciado sus promesas de entrega y servicio a la Iglesia, tal como hicieran en su ordenación sacerdotal. Asimismo, se han bendecido los sagrados óleos. En primer lugar, el óleo de los enfermos, óleo de los enfermos, para que cuantos sean ungidos con él sientan en cuerpo y alma la divina protección del Señor y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores. Y ya casi al final de la celebración, se bendecía el óleo de los catecúmenos (para que los que se preparan para recibir el bautismo, vivan más hondamente el evangelio de Cristo) y el Santo Crisma para las confirmaciones y las ordenaciones (en el que previamente el obispo ha vertido un frasco de perfume y, a continuación, sopla sobre la boca del ánfora, tras haber invitado a los fieles presentes a rezar para que los que sean ungidos con él sientan interiormente la unción de la bondad divina y sean dignos de los frutos de la redención).