“Me he visto obligado muchas veces a guardar silencio. Me parecía que era la única forma que tenía para enfrentarme a esta situación. Es muy difícil encontrar palabras de consuelo para alguien que en una misma mañana recibe la noticia del fallecimiento de su padre y de su madre”.
Son las duras, pero necesarias, palabras de otro de esos profesionales que están en primera línea frente a la pandemia. Porque quizá no cure médicamente, pero sí cura almas, que es tan necesario en esos momentos más difíciles de la enfermedad. Antonio Luis Nicolás es capellán del complejo hospitalario de Ávila, y es testigo en primera persona del sufrimiento que se vive en cada habitación de hospital. Allí acompaña a quienes sufren de soledad, les acerca los Sacramentos enfundado en su EPI, y reza. Reza mucho. Por ellos y con ellos.
“Terminas tocado”
Antonio ha vivido situaciones muy duras en el hospital, imposibles de olvidar. “Es muy difícil encontrar una palabra, si no es la solidaridad, o simplemente el gesto de la señal de la cruz en la frente para alguien que se revela porque no le ve sentido y se siente castigado. Es muy difícil consolar a unos profesionales que, día a día, se han encontrado cadáveres, donde la autoprotección no es suficiente, y donde las emociones están a flor de piel. Consolar a una enfermera porque tiene que activar el protocolo de atención a un cadáver, sabiendo y conociendo su historia personal, es durísimo. Eso no se puede obviar”. Hacer la señal de la cruz sobre alguien que está a punto de morir, o simplemente cogerle la mano. Es duro. Terminas tocado. Porque de alguna manera conoces a esa persona, la has estado acompañando durante semanas, y que llegue ese momento es muy duro de vivir”.
Todo ello le lleva a calificar estos casi doce meses como una verdadera “experiencia existencial”. “Este virus nos ha confrontado con nosotros mismos. En algún momento hemos creído que dependía de algún tipo de escala social o que dependía de grupos de edades. No es así. Y si en un primer momento (los meses de marzo a mayo) se focalizó en las personas mayores, ahora sabemos que a fecha de hoy afecta a cualquier edad, cualquier estamento social. Este virus nos ha puesto ante la más absoluta realidad de nosotros mismos, nuestra debilidad. Es algo que está atacando hasta nuestras más profundas raíces”.
La situación actualmente es extremadamente delicada. Como nos cuenta, “desde el punto de vista asistencial, Ávila se ha visto desbordada. A día de hoy, todas las plantas del hospital que permiten el ingreso de pacientes están dispuestas para pacientes COVID, y eso nos puede dar una idea de la situación en la que nos encontramos”. Ante ello, el capellán hace un llamamiento muy concreto a la sociedad abulense: “esto no es una broma, ni una cuestión baladí. Lo único que se nos está pidiendo es respeto y obediencia. Hay una autoridad sanitaria a la que debemos obedecer, y nos tenemos que sentir ciudadanos responsables unos de otros. Todo esto al margen de la fe, pero también por la fe. Porque la fe no nos exime de nuestro compromiso y deber ciudadano; más bien al contrario”.
“El sentimiento de Cristo en la cruz, cuando cree que no merece ese sufrimiento, e incluso llega a pensar que Dios le ha abandonado, es el mismo sentimiento de un paciente en UCI”
Y es que la fe, en momentos tan difíciles como éste, es esencial para poder sobrellevar la situación. Antonio Luis hace frecuentemente una comparativa muy concreta para llevar a la reflexión lo que está sucediendo: “cuando vemos lágrimas en el hospital, pienso en el garante de nuestra redención, que es Jesús de Nazaret, recordando sus las lágrimas en Getsemaní, sudando sangre, ante lo que iba a suceder; cuando siente el abandono en la Cruz, porque siente que no merece ese sufrimiento y llega a pensar incluso que Dios Padre le ha abandonado, es el mismo sentimiento de un paciente en la UCI, el sentimiento de una personas que se siente totalmente sola, sin la compañía de sus seres queridos”. Por ello, el capellán lleva todas sus vivencias al silencio y la oración, “no para intentar comprender lo que ocurre y por qué ocurre, sino para aceptar y ponerlo en valor”.
“Como sacerdote te diría que ha sido el momento acuciante para poner la fe a trabajar. Esta situación, a los creyentes nos ha confrontado con nosotros mismos. La fe es algo profundo, contingente, que tenemos que poner en valor. Detrás de cada número, de cada cifra, hay una persona. Y no me refiero sólo a los enfermos, sino también a quienes los atienden. Hay que sensibilizar a nuestra sociedad. No podemos permitir que normalicemos según qué situaciones. Que los números no nos adormezcan”.
“Puedo dar testimonio de mucha fe, mucho amor y una entrega sin parangón”
Ante todo este dolor, Antonio quiere compartir una pequeña luz de esperanza, en los gestos que está viendo de personas sencillas, cristianos de a pie, que hacen de cada habitación de hospital una pequeña Iglesia doméstica. “Médicos o enfermeras, especialmente de las zonas UCI, que también profesan su fe, y que en esos momentos tan delicados, han cogido la mano del enfermo y han rezado juntos un Padrenuestro. Para el sacerdote puede ser relativamente fácil (aunque no dejamos de ser humanos y a veces el miedo también nos atenaza). Pero cuando ves ese gesto de una enfermera que le hace la señal de la cruz en la frente a una persona que va a fallecer de forma inminente, te das cuenta de la grandiosidad de la Iglesia. La Iglesia no la formamos unos pocos: es la casa común de todos aquellos que profesamos la fe en Jesús de Nazaret. Poner en valor la comunidad es reconocer lo que están haciendo por nosotros, es saber que, como decía el Principito, lo esencial es invisible a los ojos. No podemos cuantificarlo, pero sí puedo dar testimonio de mucha fe, mucho amor, y una entrega que no tiene paragón”.