La vida ha cambiado mucho en los últimos meses, y, a la fuerza, hemos debido adaptarnos a unas circunstancias completamente nuevas para todos. La normalidad que conocíamos se ha disipado por el momento. La educación ha sido una de esas parcelas en las que más se ha notado ese cambio. Bien lo sabe Antonio Jiménez, el sacerdote más joven de nuestra diócesis. Él estaba estudiando en Roma cuando se inició la pandemia mundial. Todos sus planes se vieron trastocados de la noche a la mañana.
Antonio llevaba ya tres años en la Ciudad Eterna, estudiando y preparando su Tesis doctoral. Un tiempo de estudios que define como “un gran regalo que me ha hecho la Iglesia de Ávila, encomendándome esta labor para poder seguir ahora sirviéndola con todo mi corazón y toda mi ilusión”.
A finales de mayo debería de haber defendido esta Tesis de forma presencial en el Instituto Juan Pablo II para las ciencias del Matrimonio y la Familia”. Pero todo cambio. Antonio hubo de regresar a España el 7 de marzo, justo una semana antes de que comenzara el Estado de Alarma. “Gracias a Dios, pude dejar entregada mi tesis en la Secretaría del Instituto. Pensaba que quizá podría volver al finalizar el curso, porque no pensábamos que iba a ser todo tan grave como ha terminado siendo”.
Sin embargo, ha podido llevar a cabo esta tarea de una manera completamente diferente a como hubiera imaginado. “Debido al confinamiento por la pandemia, la Congregación para la Educación Católica autorizó a los presidentes y rectores para que se pudieran hacer las defensas de tesis de un modo telemático. Y así ha sido en mi caso”.
Un método distinto, en el que “cambia bastante el escenario”, según relata Antonio. “Es verdad que la defensa de una Tesis es un acto público que tiene también su importancia, su solemnidad. Me hubiera encantado hacerla en el Instituto, en el auditorio, delante del tribunal de profesores, con el resto de compañeros y la familia, que me habría acompañado. Pero las circunstancias han hecho que fuera a distancia. Lo he hecho desde mi casa, junto a mis padres, mi hermana y mi cuñado. Ellos han sido la representación de tantas personas que también me quisieron acompañar de un modo virtual: también pude sentir su presencia y la fuerza de su oración”.
La familia ha sido el pilar fundamental para que Antonio llevara a buen puerto este trámite final de su proceso formativo. Y la familia ha sido, precisamente, el objeto de su estudio, ya que, con su trabajo, ha profundizado en la visión del hombre como cuerpo – alma – espíritu, que es una visión integral de la persona humana. “Y, desde esta visión antropológica, estudiar las relaciones familiares, que nos constituyen como personas, y por medio de las cuales crecemos y nos socializamos. La familia es la primera misericordia que Dios tiene con cada persona. Porque lo que más necesitamos en esta vida es una familia. Una morada, una casa, en la que podamos ser recibidos cuando nacemos, y en la que podemos ir respondiendo a la vocación que tenemos cada persona, que es la vocación al amor. Crecer en el amor, porque sólo esta vocación es la que nos hace felices”.
Ahora, ya como Doctor en Teología del Matrimonio y la Familia, Antonio comienza una nueva etapa pastoral en la diócesis. Acaba de ser nombrado párroco de El Barraco, y continuará como director del Secretariado de Familia y Vida, así como responsable en la pastoral de los colegios, “porque el papel de las familias en los centros educativos es fundamental”.