Analizando el libro de los Hechos de los Apóstoles

En la liturgia de este tiempo pascual que acabamos de comenzar, uno de los compañeros tradicionales de viaje es el libro de los Hechos de los Apóstoles. Se me ha ocurrido hacer una sencilla presentación de este libro, por si nos sirve para llevar mejor el confinamiento y entender algo más lo que este originalísimo libro nos transmite y en qué nos puede ayudar a nosotros como cristianos del siglo XXI. Lógicamente, la presentación va filtrada por mí, que soy quien la hago. Encontraréis otras mejores y más completas en bastantes biblias (no en todas).

Obra de Lucas en dos partes

El libro de Hechos no lo podemos desconectar del todo de otro libro del Nuevo Testamento: el Evangelio según san Lucas. Los dos responden al mismo proyecto y son complementarios. El evangelio se centra en Jesús, y Hechos en la Iglesia, pero el plan es común: La Iglesia debe continuar lo que Jesús comenzó. A este respecto, no me resisto a la pedantería de indicar que Hch 1,1 dice literalmente: “En mi primer libro, ilustre Teófilo, escribí de todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar”, no “hizo y enseñó desde el comienzo” como dicen muchas versiones. El matiz es importante: Jesús comenzó pero no lo hizo todo, la Iglesia continuará su labor, tomará su relevo.

Los profetas anunciaron la buena noticia hasta Juan el Bautista (el más grande de los nacidos de mujer, pero el más pequeño en el Reino de Dios, pues al fin y al cabo sigue instalado en la promesa: Lc 7,28). Sin embargo, con Jesús comenzó el cumplimiento y la Iglesia lo continúa. “La Ley y los profetas llegan hasta Juan; desde entonces se anuncia la buena noticia del Reino de Dios” (Lc 16,16). En la época del cumplimiento, Jesús llevó el mensaje desde Galilea hasta Jerusalén, la Iglesia lo debe hacer desde Jerusalén hasta los confines de la tierra (Hch 1,8). Y de esto último es de lo que se ocupa el libro de los Hechos: de cómo el mensaje, la buena noticia, la noticia de la salvación, llega hasta los confines de la tierra. Sobre esto volveré.

Finalidad de Hechos

El propio Lucas nos indica al comienzo de su evangelio la finalidad de su primer escrito, que no parece que deba excluirse en esta segunda parte: “para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1,4). Lucas utiliza las formas y recursos del historiador, pero no pretende solo ni fundamentalmente informar, sino catequizar. Le importa la solidez de las enseñanzas, no el rigor histórico (que, por otra parte; ¿en qué consiste ese rigor, dónde está?).

Él no inventa, no fantasea, no quiere engañar, se informa, investiga (Lc 1,3), pero su interés es religioso. Es un cristiano que escribe a cristianos “de segunda generación” (así se suele decir para indicar que ya ha pasado algún tiempo desde los orígenes). Y les escribe porque está preocupado: ve que el fervor inicial se está enfriando, que ante las inevitables dificultades que van surgiendo a la hora de compaginar el mensaje cristiano con la cultura griega, las respuestas que se dan no siempre son las más idóneas. Todo el movimiento de Jesús tuvo lugar en coordenadas judías, pero aquí estamos saliendo del judaísmo, nos estamos abriendo a un mundo nuevo, el de los “gentiles”. Esta problemática la comparte con Pablo, uno de sus principales protagonistas.

En ese contexto, a Lucas se le ocurre que necesitamos un referente al que aferrarnos: el de la primitiva comunidad. Tenemos un modelo que seguir si queremos avanzar en la dirección correcta. Y él se informa, y nos informa a nosotros de ese modelo. Lógicamente, selecciona lo que le viene bien, excluye gran parte de lo menos edificante, intenta armonizar, dar la sensación de unidad total. Podemos considerar sus sumarios como idealizaciones. El mejor texto en el que vemos que se trata de un modelo idealizado es el de Hch 4,32-37: todo lo tenían en común, aquello era una maravilla…y Bernabé compartió lo que tenía…Pero inmediatamente después, sin solución de continuidad, nos narra cómo Ananías y Safira hicieron trampas (Hch 5, 1-11).

Exigencias para ser Iglesia

Basándonos en los distintos sumarios del libro (Hch 2, 42-47; Hch 4, 32-35…), así como en el contenido general del mismo, creo que podemos poner de relieve algunas características que en opinión del autor de Hch la Iglesia de su tiempo (y, en consecuencia la del nuestro,) debe tener siempre en cuenta:

  • El verdadero protagonista es el Espíritu Santo. Él es quien lleva la iniciativa, quien hace posible el surgimiento de la Iglesia (Hch 2) (Pentecostés), quien se encarga de completar en el c. 1 el número de 12 apóstoles (en clara referencia a las doce tribus de Israel) para que la Iglesia quede “completa”, quien envía o impide misiones…Es el que mueve siempre los hilos.
  • La Iglesia no es una institución humana, sino divina. Su misión no se lleva a cabo a base de estrategias astutas, sino de sumisiones sabias al Espíritu de Dios: ese Espíritu que en la creación “revoloteaba sobre las aguas” Gn 1,2), el mismo que movió a Jesús a dar instrucciones a los apóstoles (Hch 1,2), el que Jesús prometió a sus discípulos (Hch 1,8).
  • La misión es evangelizar, transmitir la buena noticia de que el Reino de Dios está aquí, ser transmisora de la salvación que Dios nos ofrece. El libro de los Hechos nos habla continuamente de eso, de la misión, de evangelizar, de que el mensaje siga avanzando “hasta los confines de la tierra”. Sin misión no hay iglesia. Para mirarnos el ombligo y ver lo guapos y valiosos que somos, Dios no nos necesita. Nos necesita para continuar la obra evangelizadora de Jesús.
  • La fraternidad, la comunión, son indispensables: No se es discípulo de Jesús por libre, cada uno a su aire. Los discípulos se muestran siempre unidos. Al Espíritu se lo recibe en comunidad (Hch 2), las decisiones importantes se toman en comunidad (Hch 1, 12-26; Hch 13, 1-3…), los conflictos surgen porque la comunidad falla (Hch 6, 1ss). La vida debe ser fraterna, tenerlo todo en común (Hch 2,44).
  • La oración y la celebración son componentes básicos: No estamos tratando de una empresa cualquiera, sino de una empresa de Dios. Oración y celebración apuntan a esa relación con Él. Desde el comienzo se nos dice que “todos continuaban unánimes en la oración” (Hch 1, 14). En todos los momentos importantes está presente la oración. Y en muchos de ellos “la fracción del pan” (Hch 2, 42). Una Iglesia que no reza y no celebra no es iglesia, es otra cosa.

Hasta los confines de la tierra

Ese es el destino. Jesús comenzó. Pero no salió de Israel. Y nos dijo “hasta los confines de la tierra”. El hizo signos para que viéramos de qué iba la cosa. Nos puso cuatro ejemplos. Pero nos dijo: “la tarea es vuestra”. Lo que Él hizo en sus cuatro ejemplos (cuatro, en sentido simbólico de escasez), nosotros estamos llamados a hacerlo hasta el infinito, hasta que no quede ningún rincón oscuro. Empezando por los de dentro, los rincones oscuros de cada uno de nosotros.

El libro de los Hechos es maravilloso también en esto. En cierto modo nos dice que ese encargo queda cumplido ya al principio, en el capítulo 2, cuando, recibido el Espíritu Santo, el entendimiento roto en Babel queda restituido ante “judíos piadosos venidos de todas las naciones de la tierra” (Hch 2,5). Pero no pone punto y final sino que lo considera más bien un inicio, y desde ahí comienza a desglosar cómo eso se ha ido haciendo realidad entre un montón de dificultades internas y externas. Hasta que termina dejando a Pablo en Roma, anunciando el Reino de Dios y anunciando cuanto se refiere a Jesucristo, el Señor, libremente y sin obstáculo alguno (Hch 28, 31).

Si no caemos en la cuenta de que el protagonista no es Pablo, sino el mensaje, y de que Roma es “los confines de la tierra” en el sentido de que es la capital del mundo pagano (frente a Jerusalén, la capital del mundo judío); si pensamos que el interés del relato estaba en el destino de Pablo… nuestra decepción está más que justificada. Pero tengámoslo en cuenta.

Entre el cumplimiento inicial del capítulo 2 y el final del capítulo 28 ha llovido mucho. Hahabido mártires (Esteban: Hch 7, Santiago: Hch 12). Algunos han salido huyendo de la persecución en Jerusalén y han aprovechado la huida para evangelizar (Hch 8,1-8). Se han convertido algunos paganos y han surgido conflictos entre los cristianos (“¿los admitimos o no?, ¿en qué condiciones?”). Ha tenido lugar la asamblea de Jerusalén para dilucidar el asunto (Hch 15). Ha habido cambio de protagonistas: Los apóstoles, Santiago, Esteban, Pedro, Pablo…

Para nosotros

Son muchas las lecciones que podemos aprender de este libro para cumplir también nosotros la misión que el Señor nos encomienda. Indico algunas:

  • Vivimos en la época del cumplimiento, no en la de las promesas. Somos inmensamente afortunados, mucho más que quienes conocieron físicamente a Jesús, convivieron con él, pero no supieron reconocerlo como el Ungido de Dios, nuestro Salvador.
  • La obra es de salvación. “Todo el que cree en él recibe el perdón de los pecados por medio de su nombre” (Hch 10,43). Se trata de noticia buena, no de creencias, ritos. Mucho más de relación personal, de encuentro con Él.
  • Somos comunidad. Aunque no todos sean tan perfectos como yo, al menos tengo la suerte de no estar solo, de no ir por libre. Dios llamó a un pueblo, Jesús buscó unos discípulos, no todos con el currículum limpio ni con el futuro garantizado, pero había comunidad. En la primitiva Iglesia había comunidad. Dios quiere comunidad. Nosotros somos comunidad. Y ahora, que esa comunidad se refleja peor por las desgraciadas circunstancias que nos rodean, quizá la podamos valorar más. ¡Qué pena nuestras celebraciones sin comunidad física!
  • La comunidad exige solidaridad. “Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común” (Hch 2,44). No hay que ser profeta para averiguar que se nos avecinan tiempos muy duros para muchos hermanos nuestros. También en lo económico ¿Seremos capaces de mirar para otro lado?
  • Estamos bajo la guía del Espíritu Santo. Es siempre muy tentador guiarnos a nosotros mismos. En el fondo, en eso consiste el pecado original, en eso consiste todo pecado, en ser como Dios, en no admitir ningún Espíritu Santo. Pero es él quien nos guía, quien tiene las riendas de nuestra vida…y las llaves de nuestra casa (ahora que nos la tienen cerrada).
  • Tenemos mucho que aprender de las generaciones que nos han precedido, no solo pero fundamentalmente de la primera, la que Lucas nos propone como modelo. Sus rasgos distintivos siguen siendo válidos y lo serán siempre.
  • Los protagonistas secundarios somos todos sustituibles. En el libro de los Hechos aparecen muchos, algunos con más importancia que otros, pero al final da igual. Lo realmente importante es el mensaje y es el Espíritu Santo quien mueve los hilos de la historia. Que el libro no se interese por el destino particular de Pedro o de Pablo es de agradecer: indica que no importa el instrumento del que Dios se sirve en cada momento, importa el avance del Reino.
  • Hay veces que se presentan circunstancias difíciles de afrontar. Para los judíos, admitir que quienes no lo eran podían tener el mismo estatus que ellos frente a Dios, tuvo que ser muy duro. Bastante más que para nosotros celebrar la semana santa cada uno en su casa. Y los primeros cristianos eran judíos. Pero tuvieron valor para abrirse a las exigencias de los tiempos y mantener la fidelidad a Dios en coexistencia con nuevos dogmas poco antes inadmisibles
  • Y al final llegamos otra vez hasta los confines de la tierra. Pero paso a paso. Y como decía antes, también hacia adentro: hasta los confines de mi mundo. Es la tarea que Jesús nos encomendó, y que debemos ir llevando a cabo, aunque tal vez en círculos concéntricos, como hace el libro de los Hechos. Llegará la consumación de los tiempos y todo será mejorable, porque la perfección no la podemos alcanzar aquí. Pero Dios está con nosotros y eso lo podemos y debemos hacer cada vez más real, permitiendo que su mensaje salvador siga avanzando, formando nosotros una comunidad que, guiada por el Espíritu Santo, lleva a cabo la misión. Hasta los confines de la tierra.

Emeterio Pato (Director del Secretariado de Pastoral Bíblica)