Carta del Obispo: “Las tentaciones”

Este domingo es el primero de Cuaresma y en todas las misas del mundo se leerá el texto evangélico de las tentaciones de Cristo (cf. Mt 4,1-11). Seguro que se acuerdan de cómo Jesús –en quien no hay pecado pues es el Hijo Dios hecho hombre- quiso someterse a algo que acompaña la vida del ser humano desde el comienzo de la historia: las tentaciones del Maligno. En las tres tentaciones que el Señor sufrió están simbolizadas todas las que pueden sufrir los seres humanos: las que nacen de las pasiones, las de la envidia o avaricia de las cosas materiales y las de la soberbia o el orgullo.

“Tentar”, en latín y en castellano, significa tocar algo a tientas, tantearlo. De ahí viene otra significación moral que santo Tomás de Aquino sintetiza en su Comentario al Evangelio de san Lucas, cuando define que “tentar no es otra cosa que tantear; tentar al hombre es poner a prueba su virtud”.

En cierta ocasión en una audiencia el papa san Juan Pablo II , con esas ocurrencias tan suyas, le preguntó a un obispo: -“¿Usted ha visto al demonio?”. –“No, Santidad, le respondió con buen juicio el prelado, pero sí lo siento con frecuencia”. A lo que san Juan Pablo II contestó: -“Lo mismo le pasa al Papa”.

El Papa Francisco manifestaba recientemente en una entrevista en el programa «Yo creo» de la emisora italiana TV2000: “Satanás aparece en las primeras páginas de la Biblia porque es una realidad, que todos tenemos como experiencia. Todos nosotros tenemos en el corazón la experiencia de la lucha entre el bien y el mal. Al momento de hacer una elección, por ejemplo, siempre tenemos esta experiencia», explicó el Papa.

Dejemos a un lado las representaciones más o menos imaginativas e incluso infantiles del demonio. Quedémonos con lo esencial de las cosas. Según la doctrina de Cristo y de la Iglesia existe el demonio y su misteriosa influencia sobre los humanos. No querer aceptarlo puede ser un síntoma sutil de autosuficiencia, de secularismo espiritual, de no vivir nuestra vida en un clima verdaderamente religioso, cuando no de ingenuidad espiritual.

Y es que las tentaciones acompañan la vida del ser humano, desde el mismísimo Romano Pontífice a cada uno de nosotros. Y es que la vida del hombre sobre la tierra es, lucha por ser bueno. Así lo decía el paciente Job que no tuvo pequeñas tentaciones en su vida (cf. Job 7,1 y 2, 9), como también ocurriera en los comienzos con nuestros primeros padres, Adán y Eva (cf. Gn 3, 6), cuya derrota en el lance sufrimos todos. Tampoco el Padre de los creyentes, Abraham, se libró de la tentación, aunque en este caso sí fue obediente a Dios y superó la prueba (cf. Gn 14, 22-24). El que no lo consiguió fue David (cf. 2 Sam. 11, 1-6)…

Y entre los apóstoles son clásicas las tentaciones de S. Pedro, en las que sucumbió y negó a Cristo, pero después, con el suyo, nos dan cuenta los evangelios del más conmovedor de los arrepentimientos (cf. Mt 26, 69-75).

San Pablo llega decir de sí mismo que ve claro el bien que ha de hacer y, en cambio, luego hace el mal que no quiere (cf. Rom 7,19). Lo mismo que nos ocurre a nosotros tantas veces…

“Dichoso el hombre que soporta la prueba -nos dice el apóstol Santiago en su carta-, porque una vez aquilatado, recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a los que le aman” (St 1, 12).

 Les digo todo esto para que nos animemos en el empeño de ser buenos, de ser santos, que es de lo que se trata, siguiendo a Cristo. Si los apóstoles que, como es evidente cuando nos dan cuenta los evangelios de sus fallos, estaban hechos de la misma pasta que nosotros y fueron capaces de ser santos, por qué no habríamos de serlo nosotros.

 No dejemos que lo impidan las tentaciones. Ciertamente habremos de sortear estos obstáculos durante toda nuestra vida. Cambiarán a lo largo de ella de intensidad, de modalidad: unas veces será la pereza, otras la ira, otras la sensualidad o la codicia quienes nos pongan aprueba; dependerá del nuestro temperamento, de nuestras circunstancias, pero siempre contaremos para superar la prueba con la ayuda de Dios, al que hemos de acudir confiados con nuestra oración, sin omitir, eso sí, nuestra vigilancia. Jesús mismo nos advierte de esto en el Evangelio cuando nos señala: “Vigilad y orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41). Esa es la receta, por eso incluyó entre las peticiones del Padrenuestro aquella de “no nos dejes caer en la tentación” (Mt 6, 13).

Además, ¿qué valor tendría nuestra libertad si no pudiéramos escoger el bien?

Pensemos cuáles son nuestras tentaciones más habituales y si les ponemos remedio. Es posible la victoria, el propio san Pablo nos dejó escrito que “fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que, de la misma tentación os hará sacar provecho, para que podáis sosteneros” (1Cor.10,15). Además, contamos con la ayuda poderosa de la Santísima Virgen María y de nuestra santa Teresa de Jesús que nos dejó buena enseñanza por experiencia propia de las tentaciones y cómo vencerlas con la ayuda de Dios, leamos sino el capítulo 31 de Libro de la Vida que lo comienza señalando: “Trata de algunas tentaciones exteriores y representaciones que la hacía el demonio, y tormentos que la daba. – Trata también algunas cosas harto buenas para aviso de personas que van camino de perfección”. Nos hará bien.

Con mi saludo fraterno, reciban mi bendición,

+ José María Gil Tamayo, Obispo de Ávila