El próximo martes es Nochebuena. Seguro que ya la están preparando con cariño, con nostalgia. Son unas fechas en que sacamos lo mejor de nosotros e incluso dejamos aparcados las viejas rencillas, los monólogos de nuestros egoísmos o el fichero de nuestros agravios. No en vano antaño los ejércitos en lucha se percataban en estas fechas de lo irracional de las guerras y hacían tregua. Nos sentimos más predispuestos al cariño y a la alegría.
Puede que, incluso, al sacar del baúl los recuerdos más íntimos y entrañables, la tristeza se abra paso a la memoria y se nos venga al presente al recordar – mejor echar de menos, que es una de las manifestaciones más bonitas del cariño – a aquellos de los nuestros que otros años nos acompañaban en estos días y están lejos o dios los ha llamado junto a él.
A poco que nos quedemos un rato solos con nosotros mismos, que aparquemos la prisa, son muchos los sentimientos, recuerdos y pensamientos que se nos vienen en cascada.
No cabe duda que con toda la carga de secularismo, de consumismo, de materialismo y de todos los “ismos” negativos que queramos, la Navidad se nos levanta en el fondo del alma con su genuino sentido cristiano que hemos de rescatar. Hay que volver a poner en un primer plano la razón de ser de estas fiestas: el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, que Dios se ha hecho hombre. Ese es el motivo del gozo de estos días y de siempre.
En la liturgia de estos días hemos pedido a Dios “poder celebrar con fe íntegra y generosa entrega el admirable misterio de la Encarnación” del Hijo de Dios (oración colecta Misa 19 de diciembre).
Es esa precisamente la propuesta que quiero hacerles: que los cristianos hagamos el esfuerzo de rescatar el genuino sentido religioso de la Navidad y manifestarlo en consecuencia y sin complejos a los demás. A quienes dicen que no tienen fe – solo Dios lo sabe – les pido el respeto exquisito para con las motivaciones religiosas de estas fechas.
El inolvidable sacerdote y periodista vallisoletano José Luis Martín Descalzo escribió que “ante esta historia de un Dios que se hace niño en un portal los incrédulos dicen que es una bella fábula; y los creyentes lo viven como si lo fuera. Frente a este comienzo de la gran locura unos se defienden con su incredulidad, otros con toneladas de azúcar … Ocurre que el hombre no es capaz de soportar mucha realidad. Y, ante las cosas grandes, se defiende: negándolas o empequeñeciéndolas (…) Por eso hemos convertido la Navidad en una fiesta de confitería. Nos derretimos ante el dulce niño de rubios cabellos rizados porque esa falsa ternura nos evita pensar en esa idea vertiginosa de que sea Dios en verdad. Una Navidad frivolizada nos permite al mismo tiempo creernos creyentes y evitarnos el riesgo de tomar en serio lo que una visión realista de la Navidad nos exigiría” (Vida y misterio de Jesús de Nazaret, I, 6).
Estos días lo que celebramos es precisamente ese “salto” de Dios de lo divino a lo humano sin dejar de ser lo primero (cfr. Flp 2, 6 – 11), que se ha pasado a nuestro bando, es uno de nosotros, ha roto las barreras, se nos ha hecho imitable, por eso tenemos solución. Esa es la gran noticia que si la tomamos en serio, sin perder la alegría y sin dejar de ser entrañable, nos cambia la vida. ¿Por qué no lo intentamos esta Navidad? Demos ese paso y no tengamos miedo a este vértigo de Dios que nos redime.
Les deseo que Dios les bendiga y haga felices en esta Navidad y siempre.
+ José María Gil Tamayo, Obispo de Ávila