La localidad de El Tiemblo acogía este sábado, víspera de Pentecostés, el Encuentro Diocesano con el que cerramos el curso pastoral, unidos en la esperanza que nos renueva, y con una comunión visible entre las distintas sensibilidades y realidades de la Iglesia abulense. Se trata de la cita más importante del calendario pastoral de la diócesis. Más de 150 personas de las distintas parroquias, delegaciones, cofradías, hermandades y movimientos laicales pudieron disfrutar de un sábado de encuentro y trabajo común, en el marco de dos jubileos: el universal de 2025 para toda la Iglesia, y el de las adres Benedictinas de El Tiemblo, que ese día cerraban el Año Santo por los 100 años de su comunidad contemplativa.
La jornada comenzaba en la ermita de San Antonio, con los saludos iniciales del alcalde de El Tiemblo, y la acogida de todos los participantes que realizó nuestro obispo Don Jesús, quien les animaba a tener siempre una presenta activa y de testimonio en las distintas tareas evangelizadoras: «lo peor que nos puede pasar como evangelizadores es perder la confianza en la importancia de nuestra misión y situarnos en la mera línea de transmisión de conocimientos sin implicarnos personalmente en nuestra labor evangelizadora».
Palabras también del Vicario de Pastoral, Jorge Zazo, quien explicaba a los asistentes la forma de trabajo que se iba a realizar todo el día, y que comenzaba con una ponencia sobre «La virtud de la esperanza, fuente de renovación pastoral».
Una esperanza que, según se destacaba, nace de la propia resurrección de Cristo y la fe en nuestra propia resurrección. Una esperanza que exige de nosotros varios «síes»:
- Frente a la nostalgia y al lamento estéril, Sí a la alabanza. Sí a los tiempos presentes.
- Frente a la dinámica suicida del «siempre se ha hecho así», Sí a ser «Iglesia en salida». Sí a ensayar nuevos métodos.
- Frente a un cristianismo centrado únicamente en las inquietudes mundanas, que convierte a la Iglesia en una ong, prisionera de las ideologías pasajeras, Sí a mirar al Cielo, a confiar en la Resurrección, a saber que llegará el Día del Señor. Sí a hablar con naturalidad de la muerte y la vida eterna.
- Frente a una presentación de Dios como si fuera el genio de la lámpara, Sí a descubrir y señalar la presencia del Señor en medio del dolor. Sí a encontrar en la propia fragilidad y pecado el amor de Dios. Sí a luchar contra todo lo que se opone al proyecto del Reino.
- Frente a un cristianismo individualista, «a la carta», Sí a comunidades vivas, a una fuerte experiencia de fraternidad.
- Frente a la mirada superficial sobre las cosas y las personas, que las considera meros objetos de consumo, frente a una espiritualidad desencarnada que mira el mundo desde las pantallas, Sí a descubrir la fuerza de la resurrección obrando ya en el mundo. Sí a presentar los sacramentos como causa y consecuencia de esta acción del Espíritu que da la vida. Sí a la realidad tangible.
- Frente a todo lo que atenta contra el futuro de las personas y contra su dignidad absoluta como hijos de Dios, Sí a las personas vulnerables, a los descartados por la sociedad, a la lucha contra las antiguas y nuevas formas de pobreza. Sí a la vida.
- Frente a las polarizaciones y divisiones que caracterizan nuestro mundo de hoy, Sí al otro, al que piensa distinto. Sí a crear cauces de encuentro. Sí a estar presentes en los foros de este mundo. Sí a ser cauces y mediadores de paz.
- Frente a la sociedad del cansancio, Sí a la alegría de la fe. Sí al entusiasmo. Sí al cielo nuevo y la tierra nueva que descubren en la serenidad de la oración.
«El Espíritu nos transforma, nos fortalece y nos envía”
A las 13 horas, todos los participantes se trasladaron al monasterio de las Benedictinas, donde Mons. Rico cerró la Puerta Santa y presidió allí la Eucaristía que cerraba su Año Jubilar. Durante su homilía, el obispo quiso centrar su mensaje en la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y de cada cristiano. “Puede haber momentos en los que el cristiano, cada uno de nosotros, seguidor de Jesús, siente temor y se encierra en sí mismo, bloqueando la presencia del Espíritu en su vida”, advirtió. Frente a ese riesgo, alentó a vivir con apertura y valentía: “Quien se deja invadir por el Espíritu sentirá que la fuente de su misión es el amor del Padre. Ese amor le dará una fuerza inmensa para salir y asumir su misión como Jesús ante quien sufren el dolor, la injusticia y el abandono”.
El obispo recordó que los dones del Espíritu siguen siendo actuales y necesarios: sabiduría, consejo, fortaleza, entendimiento, ciencia, piedad y temor de Dios. “No se trata solo de llevar una bonita luz… Se trata de que nuestras palabras y acciones, nuestros sentimientos y cariño, perciba todo el mundo, de que seamos testigos de Jesús vivo entre nosotros. Y eso es difícil. Por eso tenemos la ayuda del Espíritu”, afirmó con claridad.
En el marco del Día del Apostolado Seglar, también subrayó el papel del laico, llamado a vivir su vocación “encarnado en el mundo”: en la familia, el trabajo, la educación, el cuidado de la casa común y la vida pública. “Que el Espíritu Santo nos ilumine para que en cada ámbito en el que nos movemos seamos testigos del Señor”, expresó.
El momento culminante fue la clausura del año jubilar de las Madres Benedictinas, concedido con motivo del centenario de su llegada a El Tiemblo en 1925. “Todo jubileo debe ser un momento de encuentro vivo y personal con el Señor, puerta de salvación”, afirmó el obispo, agradeciendo a la comunidad su silenciosa pero eficaz labor a lo largo de estos cien años, especialmente en el campo de la educación.
“Pedimos que el Señor siga animando a personas dispuestas a servir a los hermanos”, añadió, y concluyó con palabras de aliento a la vida consagrada: “Damos gracias a Dios por vuestra vida consagrada, por medio de la cual os habéis convertido para el resto del pueblo de Dios en indicadores suyos”.
Con un tono esperanzador, el obispo terminó recordando que “la misma fuerza de Dios que se manifestó el día de Pentecostés sigue estando presente hoy y lo estará hasta el fin del mundo”. Un llamado a vivir con fe y alegría el impulso del Espíritu, que “nos transforma, nos fortalece y nos envía”.
Fin de jornada
Tras la comida fraterna, de nuevo trabajo en grupo, pero esta vez por sectores. Es decir, cada grupo estaba integrado únicamente por miembros de una realidad concreta: un grupo para cofradías, otro para parroquias de cada arciprestazgo, otro para delegaciones, … Entre otras cuestiones, tuvieron que reflexionar sobre los «síes» propios del estilo de la esperanza que se dan en actitudes y actividades concretas de nuestras comunidades cristiana, y cómo podemos crecer en ellos. De igual modo, destacaron los «noes» que suelen ver a su alrededor y cómo los afrontan comunitariamente. Asimismo, tuvieron tiempo de señalar los contenidos de la esperanza que consideraban más descuidados en la presentación de la fe en cada comunidad y cómo podían presentarlos mejor. Y muy importante: ¿qué le piden a la diócesis para avanzar en una vivencia más auténtica y en una presentación más verdadera de la esperanza en nuestras comunidades?
La jornada concluyó en la parroquia de El Tiemblo, con la Vigilia de Pentecostés, en la que se ofreció el trabajo de toda la jornada, y todos los participantes rezaron juntos para recibir al Espíritu que ilumine e impulse nuestro quehacer en la diócesis como misioneros de la esperanza.