Un Corpus muy participado. Es la expresión más escuchada esta mañana en una Catedral abarrotada de fieles. Sobre todo, de niños de Primera Comunión, en torno a 160, más que ninguno de los últimos años, y que llenaban la nave central del templo. El resto, padres incluidos, han ocupado la totalidad de las sillas, por lo que se pueden haber superado ampliamente las 1000 personas. Entre ellas, también autoridades locales, nacionales y autonómicas, destacando la presencia del Presidente de las Cortes de Castilla y León, D. Carlos Pollán, que ha elegido Ávila para celebrar esta solemnidad del Corpus Christi, participando de la Eucaristía en la Catedral, que ha estado presidida por Mons. Jesús Rico García, y concelebrada por el obispo emérito de Ávila (Mons. García Burillo), los canónigos de la Catedral y varios párrocos de la ciudad.
Todos ellos han podido escuchar cómo el obispo abulense reflexionaba sobre la centralidad de la Eucaristía para la vida del cristiano. “La Eucaristía está llamada a ser en nuestra vida el origen y cuente de una unión cada vez más íntima que la de la humanidad”, afirmaba Mons. Rico García en su primera fiesta del Corpus como obispo de Ávila.
- GALERÍA DE IMÁGENES DE LA MISA EN LA CATEDRAL (Fotos: Gonzalo G. de Vega)
- GALERÍA DE IMÁGENES DE LA PROCESIÓN (Fotos: Gonzalo G. de Vega)
“Unión indisoluble entre Eucaristía y servicio”
Su homilía se centraba en tres aspectos “que pueden servirnos para nuestro caminar como discípulos del Señor”. El primero de ellos, entroncando el Corpus con el clima espiritual del Jueves Santo, “cuando Jesús instituye la Eucaristía. San Juan no nos ofrece el relato de la última cena de Jesús, como hacen nosotros evangelistas, y en su lugar sitúa el Lavatorio de los Pies” Precisamente este hecho es fundamental, pues como explicaba Don Jesús, citando al Papa Benedicto XVI, “San Juan concreta en esta escena la totalidad de la Palabra, la Vida y la Pasión de Jesús. En el lavatorio de los pies se representa quién es Jesús y cómo actúa. Él, que es el Señor, se rebaja, se despoja del manto de su gloria y se convierte en esclavo, en el que está la puerta y realiza a favor nuestro la tarea servicial de lavarnos nuestros pies sucios”. Una tarea que “tenía sentido de hacer a los hombres capaces de sentarse a la mesa, de modo que pudieran estar juntos alrededor de ella. Jesucristo nos hace iguales ante Dios y nos hace capaces de compartir la mesa y la comunidad paterna. Él se viste con el traje de nuestra pobreza, y en la medida que nos asocia a Él nos hace capaces de Dios, nos alcanza el acceso a Dios”.
Por eso, recordaba el obispo, el lavatorio de los pies “nos deja esa indicación tan precisa de la unión indisoluble entre Eucaristía y servicio. Quien trate ser discípulo de Jesús debe ser servidor, pero los discípulos están llamados a amar con el mismo amor de Cristo. No se trata de pura comparación, sino de dejar que el amor del discípulo sea un reflejo perfecto del amor del Maestro”. Un amor que se concreta en servicio a los demás, indisoluble de nuestra condición de discípulos de Cristo, pues, continuaba el prelado, “si cada vez que hacemos esto en memoria suya lo desviásemos de una vida entregada, desgajaríamos la luz de su tronco mismo que hace que sea entrega justificada en cuanto a su vida en la misma entrega de Cristo Jesús. La Eucaristía debe llegar a ser para nosotros una escuela de vida, en la que aprendamos a entregarnos sin reservas a los demás.
“Dios no nos deja solos”
Otro aspecto que destacaba Mons. Rico es que la Eucaristía es “Es sacramento del Dios que no nos abandona (…) Dios está aquí. Efectivamente hermanos, Él es el Dios con nosotros. No nos deja solos en el camino de la vida, sino que nos acompaña y nos indica la dirección. No nos basta con caminar y avanzar, es necesario ver hacia dónde vamos. Dios no nos ha dejado solos, se ha hecho el mismo camino y ha venido a caminar juntamente con nosotros a fin de que nuestra libertad tenga criterio para discernir la senda correcta y recorrerla”.
“Jesús se nos ofrece como alimento para sostenernos en nuestro camino”, proseguía Don Jesús, “tantas veces jalonado por pruebas y contratiempos. Como el maná para el pueblo de Israel, así para toda la generación cristiana, la Eucaristía es alimento indispensable que la sostiene mientras atraviesa el desierto de este mundo. Jesús sale a nuestro encuentro, y nos infunde seguridad. El mismo es el Pan de Vida, un pan que nos conforta en nuestro abatimiento y desconsuelo, un pan que nos da fuerzas para levantarnos de nuestras caídas y reanudar el camino. Caminemos sabiendo que tenemos a él a nuestro lado, sostenidos por la esperanza de que podamos encontrar con él, cara a cara, al final de los tiempos”.
“Adoradores del Cuerpo de Cristo”
Por último, el obispo ha querido hacer mención a nuestro gesto de adoración ante el Señor, ante el Dios de Jesucristo, “que se hizo pan partido por amor” y que, afirmaba, “es el remedio más radical contra las idolatrías de ayer y de hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad. Quien se inclina ante Jesús no puede y debe postrarse al que ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Los cristianos solo nos arrodillamos ante Dios, ante el Santísimo Sacramento, porque sabemos y creemos que en él está presente el único Dios verdadero que ha creado el mundo y lo ha amado hasta el punto de entregar a su hijo único”.
“Nos postramos ante Dios”, continuaba Don Jesús, “que primero se ha inclinado hacia el hombre como el samaritano, para socorrerlo y devolverle la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. Adorar el cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en ese pedazo de pan, se encuentra realmente Cristo, el cual da el verdadero sentido a la vida. La adoración es oración que prolonga la celebración y la comunión. En ella el alma sigue alimentándose. Se alimenta de amor, de paz, de verdad, se alimenta de esperanza, pues aquel ante el cual nos postramos no nos deja, no nos aplasta, sino que nos libera y nos transforma”.
“Seamos pan partido para la vida del mundo”
Concluía sus palabras nuestro obispo recordando cómo el Corpus es, por tanto, “una cita de fe y de alabanza para nuestras comunidades”, en la que tenemos la oportunidad de dar “públicamente gracias al Señor que en el Sacramento Eucarístico nos sigue amándonos hasta el estreno, hasta el don de su cuerpo y de su sangre”.
Y una llamada a la acción de todos los fieles: “Los discípulos, concluye el Evangelio, después de cantar el himno, salieron. Al finalizar la Misa, también nosotros saldremos. Caminaremos con Jesús que desea habitar en medio de nosotros, que quiere visitar nuestras situaciones, entrar en nuestras vidas, ofrecer su misericordia liberadora, bendecir, consolar. Que esta celebración sea para todos nosotros un motivo para renovar nuestra fe en el Señor, alimentarnos de Él y de su Evangelio, para que podamos ser con Jesús pan partido para la vida del mundo”.
Una procesión con cinco altares
Tras la Misa, comenzaba la procesión, con la participación de todas las cofradías de Gloria y de Penitencia, que portaban sus estandartes. También los niños de Comunión, con sus respectivas parroquias. Todos ellos, acompañando al Santísimo en la custodia de Juan de Arfe, tirada por los seminaristas diocesanos y varios jóvenes. Durante el recorrido, además de tres momentos de adoración eucarística presidida por Mons. Rico, pudimos ver cinco altares, con bellas alfombras de tomillo y romero, que habían ubicado varias cofradías de la capital para rendir culto a Cristo sacramentado.
La procesión terminaba casi 2 horas después, con la bendición con el Santísimo a todos los fieles, que realizaba Mons. Rico en la plaza de la Catedral.