“¡Qué paradoja, adorar el Misterio de un crucificado, de un instrumento de dolor! Porque este es el camino del amor que Cristo ha elegido para salvarnos”. Mons. Gil Tamayo hablaba así del Misterio de la Cruz, en el día en que que conmemoramos la Pasión del Señor, “que carga con todos los pecados y nos salva mediante el sufrimiento, siendo Él inocente”.
Un Viernes Santo que comenzaba en silencio, postrados ante el altar desnudo, pero que pronto se convertía en una celebración de exaltación de la Santa Cruz, la forma visible de esa “redención vicaria, en la que Cristo carga con todos nuestros pecados”.
GALERÍA DE IMÁGENES DE LA CELEBRACIÓN (fotos: Gonzalo González de Vega)
“Un hombre muere por el pueblo, para que no muera el pueblo entero. Y lo hace manifestándose previamente como el Mesías, confrontándose con los Sumos Sacerdotes, asumiendo ante ellos su condición de Hijo de Dios sin miedo, completamente desarmado. Algo que descoloca, pues ¿cómo va a ser Él ese Mesías prometido, con su condición débil?”.
Nuestro obispo continuaba pidiéndonos que no nos fijásemos sólo en la escenografía de la Pasión, “en esos personajes con los que muchos de nosotros nos identificamos. A veces somos como Pilatos, desentendiéndonos. Otras como Pedro, negando al Señor. O como Judas, traicionándolo. A veces somos como esa muchedumbre que se desentiende del Señor, entregándose a un secularismo que nos aparta de Él. Otras veces somos como las mujeres de Jerusalén, entregados al que sufre”. “Miremos más bien esa Cruz, nuestras propias cruces, que no hay que buscarlas muy lejos. Están en el dolor, en la enfermedad, en la guerra, en las colas de los inmigrantes, en las mujeres maltratadas, en el terrorismo, en el dolor de la soledad de los ancianos, …”
“Hay muchos rostros de un Viacrucis por el mundo. También en nuestra propia Historia. Si en esos momentos de dolor sabemos reconocer a Jesús a nuestro lado, Él nos salva y nos libera. Aprendamos esta lección de la Cruz. Y seamos nosotros también Cireneos, ayudando a los demás con sus propias cruces”, apuntó al terminar su homilía.
La celebración de Viernes Santo continuaba entonces con la Adoración de la Cruz, y la Comunión de los fieles, con las formas consagradas que habían sido reservadas desde ayer en el Monumento.
Ahora, la Iglesia aguarda en silencio y recogimiento, a la espera de la luz de la Resurrección. Porque la muerte no tiene la última palabra.