Frente a la perplejidad que supuso también en la Iglesia el confinamiento, (“un acontecimiento imprevisto, imprevisible e inédito”), y teniendo claro que la pandemia ha supuesto “el final de un mundo, del mundo en el que vivíamos”, el profesor Eloy Bueno de la Fuente explicaba hoy en Ávila cuál puede ser la aportación de la Iglesia en ese “nuevo mundo”, y si ésta debe volver a lo antiguo o levantarse y ponerse en marcha de nuevo en un nuevo escenario.
En el marco de la Formación Permanente del Clero, el profesor de la Facultad de Teología del Norte de España (Burgos) expresaba su convicción de que, para mirar hacia un nuevo futuro, debemos antes reflexionar si estábamos preparados para esta convulsión mundial, y si la respuesta y la reacción de la Iglesia fue adecuada. “La creatividad pastoral explotó (empezaron las Misas por Zoom, los encuentros parroquiales por videollamadas … También está la respuesta de Cáritas, pero la acción social no es la única visión o misión de la Iglesia”.
Pero, sobre todo, conminaba a los sacerdotes a darse cuenta de que realmente lo que ha puesto sobre la mesa la pandemia es “algo que ya estaba presente” en nuestro modo de vivir la fe. Ahora bien, ninguno de estos interrogantes es exclusivo de la Iglesia, puesto que “la cultura que nos rodea no tiene ni más seguridad ni menos crisis que nosotros. La sociedad tiene incluso más incertidumbres que las que puede tener la Iglesia”.
Ante esto, Bueno de la Fuente hablaba de las llagas que tiene la Iglesia y que la pandemia ha dejado más patentes que nunca: la miopía cultural e intelectual, un cisma latente en el cuerpo eclesial, la falta de formación teológica del pueblo cristiano, la fragilidad del tejido eclesial, o incluso los escándalos que han socavado su credibilidad. Conociendo estos “puntos débiles”, añadía, corremos el peligro de caer en ciertas “tentaciones”, como intentar actuar como si no hubiera pasado nada e intentar recuperar las actitudes y acciones del pasado; o incluso pensar que la Iglesia se reduce únicamente o bien a una acción social (equiparándola con una ONG), o bien únicamente a un cristianismo devocional que aísle al pueblo de la realidad social.
No todo es negativo, pues cualquier crisis nos abre a nuevas oportunidades. Y es que la Iglesia, explicaba el ponente, tiene grandes tesoros con los que contar, como su experiencia de humanidad, la piedad popular, su patrimonio cultural, su capacidad de ser cercana, o su implantación en el territorio.
Ante esto, se preguntaba el ponente, cuál debería ser el suelo firme que presente la Iglesia para este nuevo escenario. Y, entre otras muchas propuestas, destacó el redescubrimiento de “lo que la Iglesia es. Saber qué es lo que a la Iglesia le hace ser Iglesia. En momentos en los que parece que se tambalea el suelo en el que pisamos es importante recuperar la positividad del hecho cristiano, del acontecimiento cristiano. Uno no se hace cristiano porque defienda unas ideas o valores, sino porque hay un encuentro, un acontecimiento. Por eso, el acontecimiento pascual tiene que seguir siendo celebrado y recordado: no es algo del pasado, es fundador de una historia que tiene que seguir siendo actual”.
“Lo importante realmente no es el hecho en sí de la obligación de ir a Misa. La Iglesia no puede ser Iglesia si se desconecta de su punto de partida. Eso es lo verdaderamente importante. Reunirse en un lugar donde experimentamos el nosotros: la asamblea del Señor que nos convoca a todos nosotros. Si lo descubrimos, nos damos cuenta de que somos protagonistas de un acontecimiento que no puede ser supeditado a corrientes o modas. Y esto es el mejor antídoto contra toda contaminación ideológica y polarizaciones que enfrentan a grupos distintos”.