La vida consagrada, parte insustituible de la realidad diocesana

P. Elías Royón, Vicario para la Vida Consagrada de la Archidiócesis de Madrid, en su intervención durante la Formación Permanente del Clero

La sesión de este lunes en la Formación Permanente del Clero ha servido para poner en valor el importantísimo peso que tiene la vida consagrada en el conjunto de la Iglesia. Un papel singular y necesario en esa sinodalidad y comunión a la que estamos llamados todo los miembros del pueblo de Dios.

El Padre Elías Royón, Vicario para la Vida Consagrada de la Archidiócesis de Madrid, ha repasado esta cuestión, partiendo de la voluntad de la Iglesia de revisar la Instrucción Pastoral Mutuae relationes, que data de 1978. “Es un documento magnífico, aunque hay que reconocer que después de 40 años parece necesario repensar las mutuas relaciones en la Iglesia entre la vida consagrada y el resto de realidades eclesiásticas, y de forma particular en las iglesias locales”.

¿Qué motivaciones hay para un nuevo texto? Esta instrucción, a juicio del P. Royón, ha dado sus frutos, “pero la distancia, las desafecciones y los conflictos han continuado. La sensación es de desconocimiento mutuo. No se trata de conocer la doctrina sobre la vida consagrada, sino crear situaciones de encuentro y entendimiento entre personas. Cuando esto se da, la situación cambia”.

La credibilidad de la comunión eclesial no pasa tanto por los documentos que se puedan escribir al respecto de la relación de la vida consagrada y el resto de realidades de la Iglesia, sino a través del modo concreto de actuar. Esto lo explicó perfectamente el Papa Francisco en 2016: “No hay relaciones mutuas allí donde algunos mandan y otros se someten, por miedo o por conveniencia. Hay relaciones mutuas, en cambio,  donde se cultiva el diálogo, la escucha respetuosa, la hospitalidad recíproca, el encuentro  y el conocimiento, la búsqueda común de la verdad, el deseo de cooperación fraterna por el bien de la Iglesia, que es “casa de comunión” . Todo esto es responsabilidad, tanto de los pastores como de los consagrados. Todos estamos llamados, en este sentido, a ser “pontífices” constructores de puentes. Nuestro tiempo requiere comunión en el respeto de la diversidad”.

El Vicario para la Vida Consagrada de la Archidiócesis vecina de Madrid insistía en el hecho de que las Iglesias locales son imagen del pueblo de Dios. Por tanto, señalaba, el encuentro sacramental de la vida consagrada transcurrirá siempre en el seno de una iglesia particular. “Los religiosos pertenecen también a la familia diocesana. Por consiguiente, toda su acción pastoral realizada en su carisma, está bajo la jurisdicción del obispo de esa diócesis. Ambas formas una sola, aunque compleja, realidad”.

Siempre, sin olvidar su identidad carismática. “Sin embargo, con frecuencia en la vida diocesana se contempla la vida consagrada en orden a un proyecto pastoral de la iglesia local, con sus actividades, instituciones y obras, sin percibir su realidad carismática, dimensión escatológica y de constatación. El hacer y el ser”. Su identidad y misión, afirmaba, es ser signo de Cristo, señalarlo e identificarlo. “Y esto es lo que enriquece a la Iglesia particular, la Iglesia local”. Una labor que realizan “pensando en lo universal, y actuando en lo particular, que es como se llega a concretizar la Iglesia universal”.