Confinadas por vocación. Que no encerradas. Cuando en marzo España se recluía para frenar al coronavirus, ellas apenas cambiaron su ritmo diario. Hasta hoy. Entre oleada y oleada sin que el bicho se haya asomado por la puerta, las 40 monjas del Monasterio de la Conversión en Sotillo de la Adrada le dan al «ora et labora». Y las que siguen entrando. En los tres últimos meses cuatro han hecho sus votos simples. Con una edad media que no supera los veintitantos, viven en un convento, pero no ajenas al sufrimiento pandémico al otro lado del muro. Están al tanto de lo que ocurre, lo mismo en el Gómez Ulla que en la Casa Blanca.
Pero, ¿qué pinta hoy un puñado de jóvenes ‘encerradas’? «La intercesión», sentencia Carmen sin dejar margen al titubeo. «Rezamos por un mundo que sufre. Habrá quien piense que haciendo esto no aportamos nada en esta crisis, pero el poder de la oración es enorme, no como algo mágico pensando que con tres padrenuestros se resuelve todo, pero sí como algo que remueve y activa el corazón, para descubrir la presencia de un Dios que acompaña en el dolor». Antes de consagrarse esta religiosa era cooperante: «Estaba convencida de que iba a salvar el mundo a golpe de emprender proyectos de desarrollo y he descubierto que mi lugar no estaba ni en África ni en Asia, sino en Sotillo».
Pero, ¿qué pinta hoy un puñado de jóvenes ‘encerradas’? «La intercesión», sentencia Carmen sin dejar margen al titubeo. «Rezamos por un mundo que sufre. Habrá quien piense que haciendo esto no aportamos nada en esta crisis, pero el poder de la oración es enorme, no como algo mágico pensando que con tres padrenuestros se resuelve todo, pero sí como algo que remueve y activa el corazón, para descubrir la presencia de un Dios que acompaña en el dolor». Antes de consagrarse esta religiosa era cooperante: «Estaba convencida de que iba a salvar el mundo a golpe de emprender proyectos de desarrollo y he descubierto que mi lugar no estaba ni en África ni en Asia, sino en Sotillo».
«Hay quien critica la inutilidad de nuestras vidas, pero ahora que todo se ha parado, se ha puesto de manifiesto que el ser y el estar están por encima del hacer. La identidad de la persona no la define lo que hacemos, sino lo que somos, y es lo que una sociedad que está nerviosa y perdida se replantea ahora», añade Jadzia.
«¡Y a cuántos cristianos de una fe cómoda ha podido remover el coronavirus!», comparte Carmen: «Es una vuelta a las raíces de la esencia del cristianismo, a Jesucristo más allá de un rito o de irte a confesar porque toca. Estamos viendo a la Iglesia madre». «Y todo esto lo vivimos juntas, en comunidad, siendo signo de comunión del amor de Dios. Esta es la misión de nuestra vida», completa Carolina, la actual priora.
Jornada de la Vida Consagrada
La Iglesia celebra este martes la Jornada de la Vida Consagrada. Día para poner en primer plano a quienes, como Carmen, Jadzia y Carolina, han dejado familia y trabajo para seguir a Jesús de Nazaret bajo los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia desde lo particular de un carisma.
Un estilo de vida que a pie de calle se identifica con el genérico de «monjas» o «religiosos», pero que incluye un manojo de matices entre la llamada vida activa, institutos seculares, contemplativos, eremitas, vírgenes consagradas… Aunque el secularismo lleva castigando a unos y otros con una sequía vocacional en España, la Federación de Monjas Agustinas de la Conversión de san Agustín no son precisamente un erial.
Dieron sus primeros pasos en 1999, cuando algunas de ellas salieron del monasterio de San Ildefonso de Talavera para iniciar esta aventura ahora consolidada. Hoy además de esta casa en Ávila y otra en Burgos, están presentes en Italia, Perú y Estados Unidos.