Muchos de ustedes se despertarán el día 6 de enero con algún regalo que les expresa en ese detalle el cariño de los suyos. O puede que sean ustedes mismos los que depositen cerca de los más pequeños los obsequios que les llenará de alegría su despertar.
Pocas cosas tan humanas como manifestar a los que queremos nuestro aprecio materializándolo en un regalo. Se echa de menos cuando no los tenemos. Los propios Magos de Oriente que, siguiendo una estrella, llegaron hasta Jesús en Belén y lo adoraron como Dios salvador, le ofrecieron también su homenaje con el regalo de unos dones: oro, incienso y mirra (cfr. Mt 2,1-12). De ahí que se haya puesto en esta fecha la tradición cristina de hacernos regalos, especialmente a los niños.
Pero no podemos quedarnos, sin más, en hacer de esta jornada un motivo para el regalo, ni infantilizar esta fiesta de Epifanía que, sobre todo expresa, como su nombre indica, la manifestación de Dios en su Hijo Jesucristo a todos los pueblos, representados en los Magos de Oriente. No sólo el pueblo de Israel estaba llamado a la salvación, sino que, como señala san Pablo, Dios, nuestro salvador, “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,4).
El Dios manifestado en Jesucristo no puede por tanto ser tomado en exclusiva por ninguna nación. O sea, que puede ser sentido como propio por todos los seres humanos. Dios no tiene carné de identidad o pasaporte. No sabe de nacionalismos excluyentes. Jesucristo es de todos y para todos. Un motivo el de hoy para afirmar la universalidad de su mensaje, para ensanchar el corazón en una solidaridad sin exclusiones, sin fronteras. Dios no coloca el cartel de “reservado el derecho de admisión”.
Esta universalidad del cristianismo es lo que anima la actividad y la entrega de nuestros misioneros en la evangelización “ad gentes”, a los que no conocen a Cristo todavía, lo que hace que la Iglesia esté presente en todos los países sintiéndolos como propios al igual que sus progresos, sus ilusiones, y también sus sufrimientos y tragedias, especialmente en los países más empobrecidos del mundo.
Ojalá este estilo de universalidad, de apertura a todos, del que tan necesitados estamos también en nuestro país, sea el gran regalo que nos deje hoy esta Fiesta de Reyes.