Ante un auditorio repleto y muy interesado en conocer de primera mano cómo se ha desarrollado el Sínodo de la Amazonía, el Cardenal venezolano Baltazar Porras compartió sus impresiones sobre lo vivido estos días en Roma. Una experiencia “muy enriquecedora”, según sus palabras. “He estado en 4 Sínodos, pero este plantea muchas originalidades, pero además plantea muchos retos que hay que asumir desde la realidad de cada uno, de nuestras Iglesias, de nuestros países”.
Al contrario de lo que pudiera parecer, según explicaba el Cardenal Porras, no se ha tratado de un Sínodo regional ni una problemática pequeña que afecta a una región del planeta. Más bien, se ha tratado de que desde esa realidad ilumina e interpela a todo el planeta. “Ahora, con el documento final y viendo todas las realidades, hay que saber descubrir qué tiene que ver el Adaja con el Amazonas, cómo podemos aplicar estas cuestiones a cada Iglesia local”. Porque, a pesar de que la prensa se haya fijado en cuestiones como la posibilidad de ordenar diaconisas lo los ‘viri probati’ (“que evidentemente son temas que han salido pero que no han centrado ni mucho menos todos los trabajos”), este Sínodo no ha sido intraeclesial, “para vernos el ombligo, sino abierto al mundo. Por eso España tiene que preguntarse esto qué significa para ellos”.
Señalaba asimismo como lo más significativo una expresión que ha quedado patente en el documento final: la dimensión ecológica de la evangelización. “Creo que ninguno de nosotros cuando aprendimos el catecismo vimos este término. Pero lo que realmente nos enseña es que la ecología no tiene que ver con una moda de cuidar el planeta, sino que tiene que ver con la vida plena. Y esto está planteado desde lo eclesial como la necesidad de abrir nuevos caminos”.
“El planeta por donde va (no sólo en lo ecológico: también vemos todo lo que está pasando en el mundo con la transformación socioeconómica y política), parece que nos tiene a todos como desubicados. Y eso tiene que cambiar con la escucha de los más pobres, de esas regiones que pareciera que son ajenas a nuestra vida, pero no lo son. Debemos de proyectar la necesidad de entender que el planeta es una casa común, y que no porque yo viva bien no me tienen que interesar los problemas del otro; porque esa vivencia de estar bien, si no se comparte, si no es equitativa, genera los problemas que estamos viendo con las migraciones, las guerras, las desigualdades. Es un gran desafío, un reto”.
Un reto que parte de la necesidad de estudiar directamente “y científicamente” esas realidades. “Como nos pidió el Papa en su última intervención, que aprovechemos lo que son los diagnósticos para dialogar con los gobiernos, con las empresas, con las multinacionales”.
¿Y qué ha aportado el Sínodo sobre los pueblos indígenas? “Que lo asumamos con igualdad y respeto de todas las culturas. No es la cultura occidental mejor que otras que tengan que purificarse. Sino ver qué hay de positivo en cada una de ellas, qué es lo que nos puede enriquecer y qué es lo que nos permite entonces que nos tratemos de iguales”. Un reto “dramático”, definía el Cardenal Porras, “puesto que quien tiene privilegios quiere seguirlos manteniendo; quien tiene el poder, la ciencia o la tecnología piensa que puede hacer lo que quiera con la otra parte de la humanidad, y eso no es ningún camino para la felicidad, ni de ahora ni de después”.
“NO PODEMOS SER AJENOS A SU SUFRIMIENTO”
“Una de las cosas que más me impactó es que los que hablaron (no solamente los obispos, sino las religiosas, los sacerdotes, los laicos, los indígenas, los expertos) lo hicieron con gran pasión. Porque el tocar esas realidades interpela profundamente. No puede ser uno ajeno a lo que están sufriendo por un lado, y por otro las enormes posibilidades de una región tan bella y de enormes recursos que no puede ser simplemente un escenario para que quien quiera pueda asaltarlo o degradarlo”, señalaba Porras.
Reconociendo la presencia de la Iglesia en esa zona durante siglos, el Cardenal apuntaba a los errores que se han cometido, pero también muchos logros, lo que permite que en la actualidad sigan estando allí presentes en algo que es difícil de entender desde otras latitudes, como es el sentido de la territorialidad.“Estamos hablando de un territorio, el de la Amazonía, de 9 millones de metros cuadrados. Es como si quisiéramos ir a pie todos los días de Madrid a Moscú. Sólo así podemos entender toda esa diversidad y todos esos problemas de comunicación, los ríos, el agua, los problemas para llegar. Todo genera unas realidades que debemos entender y asumir, y ver qué es lo que podemos hacer conjuntamente todos los pueblos en la tierra para que haya futuro. Es uno de los elementos claves de este Sínodo: plantear la supervivencia, la calidad de vida, para las futuras generaciones”.
Por último, habló de la importancia de este Sínodo como llave para abrir puertas a otras experiencias. Pero, sobre todo, a procesos. “Creo que viéndolo con atención es muy probable que a los extremos de derechas o de izquierdas no les llegue lo que ha sido el documento final. Pero, para caminar juntos, hay que darse la mano y saber que no podemos dar saltos en el vacío”.