Carta del Obispo:”A propósito del 28 de octubre: san Simón, y sobre todo San Judas”

La próxima semana, en concreto el día 28 de octubre, se celebra en el calendario cristiano la fiesta de dos apóstoles de Jesucristo: san Simón y san Judas, el bueno, claro.

Del primero lo único que sabemos es que nació en Caná de Galilea y que en los evangelios (cf. Lc 6, 15; Act 1, 13) se le daba el apodo de “zelotes”, quizá por su antigua pertenencia a un grupo nacionalista radical de los fariseos.

“Incluso aparecen diariamente en las secciones de anuncios por palabras de algunos periódicos oraciones dirigidas a este seguidor de Jesús en cumplimiento de no sé qué promesas”.

Del segundo, de san Judas, por sobrenombre Tadeo, sabemos que es el apóstol que en la última cena le preguntó al Señor por qué se manifestaba a sus discípulos y no al mundo (jn. 14, 22). Pero este apóstol, que todo lo hacía prever que lo tendría muy difícil a la hora de nque su fama se acrecentara en la cristiandad por aquello de la similitud de nombre con el otro Judas, el Iscariote, el traidor del grupo, resulta que se ha convertido en uno de los apóstoles que goza de más apoyo popular. Incluso aparecen diariamente en las secciones de anuncios por palabras de algunos periódicos oraciones dirigidas a este seguidor de Jesús en cumplimiento de no sé qué promesas.

No cabe duda que el bueno de san Judas se ha convertido en un santo de moda, hasta el punto de que su estampa se desliza en los libros de los estudiantes de acelerón final que lo llevan consigo para ver si, con su intercesión, logran unas preguntas afortunadas en la pedrea de los exámenes.

Además los 28 de cada mes, y no digamos en el día de su fiesta en el mes de octubre, los templos donde existe una imagen de este apóstol se convierten en centros de un acrecentamiento de visitas, si no de un masivo peregrinar.

Uno tiene la sensación, y sin ánimo de ofender a los sinceros y auténticos devotos de este apóstol, que en muchos de sus seguidores se está pasando de la devoción justa a estos amigos de Dios que son los santos, a la credulidad de ribetes casi mágicos que piensan que los santos sólo atienden en un día al mes al personal, como si el resto de las jornadas estuvieran de vacaciones. Cuando estas cosas se sacan de quicio y justa medida aparece una devoción ayuna de doctrina y, sobre todo, de compromiso cristiano serio, de un trato confiado con Jesucristo, el Hijo de Dios, al que los apóstoles seguían como al único Señor, y entre ellos san Judas y san Simón. De este último, del que tenemos menos referencias, algunas tradiciones dicen de él que predicó en Egipto, Libia y, posiblemente, en Persia.

Pienso que tenemos que ser más serios en nuestra devoción a los santos en general, viendo en ellos cristianos ejemplares para nosotros e intercesores ante Dios. Y, en particular con los apóstoles, hemos de aprender de ellos un mayor amor a la Iglesia, que por cierto es apostólica, y la que nos muestra, a pesar de sus defectos – que son los de quienes formamos parte de ella – a Jesús como el salvador y nos da su Palabra y los sacramentos que nos santifican.

Sería bueno que en cualquier fiesta de los apóstoles, a los que Jesús “dio la misión de anunciar el Evangelio y ser los pastores y guía de su pueblo” (Prefacio de los Apóstoles I: Misal Romano), nos sirviera para reavivar esta fe en la Iglesia. Ella no sólo es comunidad de fe, sino también misterio de fe.

Empecemos por orar por el Papa, sucesor de Pedro; por los obispos, sucesores de los apóstoles; pos los curas, sus más estrechos colaboradores en el servicio pastoral, y por todos los cristianos comprometidos, hombres y mujeres, laicos y religiosas, que trabajan e las diócesis, en las misiones, en su parroquia,…

Como ven, algo más sencillo, aunque más comprometido, que encargar una oración en los anuncios por palabras de un periódico. ¡Ah!, se me olvidaba decirles que san Judas atiende a los fieles los otros días del mes, además de los días 28. Los santos tienen servicio de 24 horas. Seamos más serios con ellos. Imitémosles, hagamos nuestras sus enseñanzas y pidamos su intercesión. Con eso basta.

Con mi afecto y bendición, 

+ José María Gil Tamayo, Obispo de Ávila

 

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