“Que seas un sacerdote feliz, cercano y coherente”

Foto: Gonzalo G. de Vega

Un domingo de alegría compartida. Hemos celebrado la ordenación sacerdotal de Juan José Rodríguez, un joven abulense de 30 años que está desarrollando su labor pastoral en la zona de Sotillo de la Adrada. La ceremonia, que contó con varios momentos muy emotivos, tuvo lugar en la Catedral del Salvador, repleta de fieles y con una notable participación de familiares, amigos y feligreses de Sotillo, que quisieron acompañarle en un día tan significativo. Llamaba la atención, asimismo, la gran cantidad de jóvenes que acudieron a arropar a Juanjo, siendo partícipes de la celebración de este Sacramento.

La ordenación fue presidida por el obispo de Ávila, Mons. Rico García, y concelebrada por el obispo emérito de Ávila (Mons. García Burillo), el obispo emérito de Salamanca (el abulense Mons. Carlos López) y el cardenal arzobispo emérito de Valladolid (Cardenal Ricardo Blázquez), además de una gran representación del presbiterio diocesano y sacerdotes y seminaristas de otras diócesis que comparten misión y formación en el teologado abulense en Salamanca. 

En su homilía, el obispo dirigió unas palabras muy cercanas y personales a Juan José, recordando que se trataba de su primera ordenación sacerdotal desde que llegó a Ávila hace dos años. Y quiso estructurar su homilía como una “carta personal” al nuevo presbítero, ofreciéndole orientaciones para vivir su ministerio al estilo de Jesucristo.

Cinco claves para vivir el sacerdocio

En primer lugar, le invitó a mantener siempre una íntima relación con Dios, subrayando que el sacerdote debe ser “más que un hombre de oración, un orante, alguien cuya vida entera sea una continua alabanza al Señor”. Le animó a cuidar momentos de intimidad con Cristo, recordando que esa amistad profunda es “fundamento del ministerio ordenado, sentido del celibato y energía para el servicio eclesial”.

En segundo lugar, le exhortó a predicar y vivir con sencillez, siguiendo el estilo de Jesús, que transmitía las verdades más profundas con palabras sencillas y ejemplos tomados de la vida cotidiana. “Que te entiendan tanto los fieles de siempre como los que se acercan por primera vez”, le dijo, pidiéndole además que viva con transparencia y que practique “un estilo de acogida y cercanía, con un servicio generoso y desinteresado”.

El tercer consejo fue actuar siempre movido por la misericordia. Recordó que Jesús mismo fue la misericordia del Padre hecha persona, y que los pastores están llamados a imitar su corazón compasivo: “A veces tendrás que reprender, pero que la misericordia sea siempre el motor de lo que dices”. Citando a San Agustín, añadió: “Si hablas, habla por amor. Si corriges, corrige por amor. Si perdonas, perdona por amor”.

En cuarto lugar, le pidió que sea cercano a la gente, subrayando que el celibato no es una renuncia al amor, sino “un don y una vocación de amor más grande”. Con palabras del Papa Francisco, recordó que “la Iglesia es una madre que no gobierna por decreto, sino que acoge, abraza, comprende y besa”. Por ello le animó a compartir la vida con sus feligreses: “Comparte, canta, ríe y celebra con tu gente. Sé distinto, pero no distante”.

Finalmente, el obispo le exhortó a vivir en comunión con la Iglesia, no solo en las estructuras formales, sino especialmente en la fraternidad con sus compañeros sacerdotes y obispos, evitando el individualismo. “Convertirse en amigos de Cristo implica vivir como hermanos entre sacerdotes, no como competidores”, afirmó, recordando que esa fraternidad incluye también a los laicos comprometidos y a tantas personas sencillas, como “la abuela del barrio que reza en su casa por tu vocación y la mía”.

El obispo concluyó deseando a Juan José que sea “un sacerdote feliz, puente y no obstáculo para el encuentro con Cristo”, capaz de transparentar la misericordia y la alegría del Evangelio. Y le confió unas palabras que a él mismo le marcaron en su formación: “Todos necesitamos ser escuchados sin ser juzgados, acompañados sin ser controlados, tocados sin ser manipulados y amados sin merecerlo”.

Tras las palabras de Don Jesús, continuó la celebración, con los ritos habituales. Momentos de intensa emoción, como la presentación por parte del Rector del Seminario de quien habría de entrar en el presbiterio abulense, o la postración de Juanjo mientras la Catedral al unísono invocaba a los santos mediante las letanías. La imposición de manos de Mons. Rico, gesto repetido por todos y cada uno de los concelebrantes, indicaba que la diócesis tenía un nuevo sacerdote. Juanjo era revestido por el rector y los formadores del seminario, quienes le invitaron a subir al presbiterio, donde le esperaba de nuevo el obispo para ungirle con el Santo Crisma. Ambos terminaron fundiéndose en un abrazo fraterno, que Juanjo compartió asimismo con el resto de sacerdotes, mientras los asistentes irrumpían en aplausos. Vimos ahí a un joven nervioso, y con lágrimas en los ojos; las mismas que se repetían en las miradas de quienes le han acompañado en estos años de camino vocacional: especialmente emocionados veíamos tanto al Rector como a sus propios formadores. 

Y, finalmente, Juanjo tomó asiento en el presbiterio, exhalando un suspiro de tranquilidad, por los nervios contenidos hasta el momento.

«No se me ocurre mejor presbiterio para insertarme»

Al término de la Eucaristía, el nuevo sacerdote se dirigió por vez primera como tal a los fieles de Ávila. «Me siento un poco como el profeta Jeremías, cuando le dice al Señor: ‘mira que no se hablar, pues sólo soy un niño’. Y es que, aunque ahora me veáis así vestido, sigo siendo Juanjín; sigo siendo aquel niño tímido y miedoso que se crió con su madre y su abuela», comenzaba su discurso.

Juanjo explicaba cómo «en aquella sencillez, aprendí a ser cristiano». Una vocación que se ha ido forjando a lo largo de los años, aunque él mismo ha reconocido que, al principio, «nunca quise ser sacerdote». Sin embargo, la llamada del Señor se hizo más fuerte con el tiempo y terminó entregándose a Él. Un camino en el que siempre ha estado acompañado, y agradecía uno a uno a quienes han sido sus apoyos en estos años: desde la comunidad del Teologado (especialmente el rector y los formadores), a los profesores de la Universidad Pontificia de Salamanca «por su esfuerzo y dedicación», a las comunidades por las que ha pasado en su etapa pastoral, y a sus amigos, entre otros. También a los jóvenes de la zona del Tiétar, a quienes entre bromas reconoció que «nunca nadie me había hecho tantas fotos, tantos stikers y tantos memes como vosotros. Gracias por ser como sois, por sacarme de mi zona de confort. Recordad siempre que Cristo os ama por encima de todo».

«El otro día, una casillana me preguntó de dónde era», continuaba el nuevo sacerdote. «A lo que orgulloso le respondí que era de Ávila. Y ella me dijo: ‘ya te había notado yo lo castellano’. Pues eso: castellano y abulense, poco más puedo pedir. No se me ocurre mejor lugar ni mejor presbiterio para insertarme», reconocía sincero, al tiempo que agradecía la cercanía «como un padre» del obispo Don Jesús.  

Y un recoerdo muy emocionado y especial para dos personas que faltaban en la ordenación: su amigo Javi, sacerdote de la diócesis de Zamora, recientemente fallecido a los pocos meses de su ordenación; y por supuesto, un recuerdo emocionado por su madre, Sonsoles, también fallecida. Vimos, en ese instante, de nuevo la emoción en los ojos y la voz de Juanjo.

Los aplausos acompañaron sus últimas palabras, que fueron la despedida de una bonita celebración que concluyó con un largo besamanos para dar la bienvenida al nuevo sacerdote de la diócesis de Ávila. ¡Rezamos por tu ministerio, Juanjo!

Fotos: Gonzalo G. de Vega