
El obispo de Ávila, Mons. Jesús Rico, y el obispo emérito, Mons. Jesús García Burillo, se encuentran participando en los actos del Jubileo de los Obispos que se están celebrando en Roma con motivo del año jubilar Peregrinos de Esperanza que la Iglesia está celebrando este 2025.
Ambos prelados han peregrinado junto al resto de obispos llegados de todo el mundo —entre ellos, otros 38 obispos españoles— a la Puerta Santa de la basílica de San Pedro. Asimismo, han podido participar de la celebración eucarística presidida por el prefecto emérito del Dicasterio para los Obispos, el cardenal Marc Ouellet, en el altar de la Cátedra de la Basílica vaticana, y de la catequesis que el papa León XIV les ha dirigido al concluir la Santa Misa.

Se da la circunstancia de que esta misma semana, además, coinciden tres Jubileos significativos: el 23 y 24 junio el de los seminaristas; el 25, el de los obispos; y del 25 al 27, el de los sacerdotes, aunque durante la semana habrá actos en los que coincidan los tres. De hecho, en Roma se encuentran desde el domingo los seminaristas abulenses, acompañados por el Rector, D. Gaspar Hernández Peludo, y los formadores del Seminario, D. Raúl García Herráez y D. Antonio Collado; junto a ellos, el resto de seminaristas de otras diócesis que se forman en el Teologado que nuestra diócesis gestiona en Salamanca.
La catequesis de León XIV a los obispos
Junto al altar de la Cátedra de San Pedro, Mons. Rico y Mons. García Burillo, junto con más de 300 obispos de todo el mundo, han podido escuchar esta mañana la catequesis que les ha impartido el Santo Padre, que comenzó agradeciendo a todos su compromiso de venir “en peregrinación a Roma sabiendo bien cuánto sean apremiantes las exigencias del ministerio”. León XIV describió, a continuación, los rasgos que deben caracterizar a los obispos, pastores que son ejemplo con su palabra y su testimonio, que a veces tienen que “ir contra corriente” para “proclamar que la esperanza no defrauda” porque “no viene de nosotros, sino de Dios”.

“El pastor es testigo de esperanza con el ejemplo de una vida firmemente anclada en Dios y totalmente dedicada al servicio de la Iglesia” – afirmó el Papa – describiendo a continuación los rasgos que caracterizan su testimonio:
En primer lugar, “el obispo es el principio visible de unidad en la Iglesia particular que le ha sido confiada”. “Su tarea es velar para que ella se edifique en la comunión entre todos sus miembros y con la Iglesia universal, valorizando la contribución de los diversos dones y ministerios para el crecimiento común y la difusión del Evangelio”. En este servicio, como en toda su misión, “el obispo cuenta con una gracia divina especial que le fue conferida en la ordenación episcopal”, que lo sostiene como maestro de la fe.
El segundo lugar el obispo como hombre de vida teologal. Es decir, es “hombre plenamente dócil a la acción del Espíritu Santo, que suscita en él la fe, la esperanza y la caridad y las alimenta, como la llama del fuego, en las diferentes situaciones existenciales”.

“El obispo es también hombre de fe”, prosiguió el Pontífice, “es el intercesor, porque el Espíritu mantiene viva en su corazón la llama de la fe”. “Es alguien que, por la gracia de Dios, ve más allá, ve la meta y permanece firme en la prueba” como Moisés quien, llamado por Dios para guiar al pueblo hacia la tierra prometida, “se mantuvo firme”.
En esta misma perspectiva, el obispo es hombre de esperanza, porque “la fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven”, afirmó León XIV, precisando:
Especialmente cuando el camino del pueblo se hace más difícil, el pastor, por virtud teologal, ayuda a no desesperar; no con las palabras, sino con la cercanía. Cuando las familias llevan cargas excesivas y las instituciones públicas no las sostienen adecuadamente; cuando los jóvenes están decepcionados y hartos de mensajes falsos; cuando los ancianos y las personas con discapacidades graves se sienten abandonados, el obispo está cerca y no ofrece recetas, sino la experiencia de comunidades que tratan de vivir el Evangelio con sencillez y compartiendo con generosidad.
De esta manera, su fe y su esperanza se funden en él como “hombre de caridad pastoral”. Toda la vida del obispo, todo su ministerio, tan diverso y multiforme, encuentra su unidad en lo que san Agustín llama amoris officium: “En la predicación, en las visitas a las comunidades, en la escucha a los presbíteros y a los diáconos, en las decisiones administrativas”. El obispo da “ejemplo de amor fraternal” hacia sus hermanos obispos, hacia sus colaboradores más cercanos, como también hacia los sacerdotes en dificultades o enfermos. Su corazón es abierto y accesible, y así es también su casa”.

Después de abordar “el núcleo teológico de la vida del pastor” el Papa citó otras virtudes indispensables: la prudencia pastoral, la pobreza, la perfecta continencia en el celibato y las virtudes humanas.
La prudencia pastoral – explicó – “es la sabiduría práctica que guía al Obispo en sus decisiones, en el gobierno, en las relaciones con los fieles y con sus asociaciones. Una clara señal de prudencia es el ejercicio del diálogo como estilo y método en las relaciones, y también en la presidencia de los organismos de participación, es decir, en la gestión de la sinodalidad en la Iglesia particular”. “En este aspecto – subrayó León XIV – el Papa Francisco nos ha hecho dar un gran paso adelante, insistiendo, con sabiduría pedagógica, en la sinodalidad como dimensión de la vida de la Iglesia”.
La prudencia pastoral permite al obispo guiar a la comunidad diocesana valorizando sus tradiciones y promoviendo nuevos caminos y nuevas iniciativas.
Otra virtud para dar testimonio del Señor Jesús, es la pobreza evangélica del obispo: «Tiene un estilo sencillo, sobrio y generoso, digno y al mismo tiempo adecuado a las condiciones de la mayoría de su pueblo. Las personas pobres deben encontrar en él un padre y un hermano, sin sentirse incómodas al encontrarse con él o al entrar en su casa. Está personalmente desapegado de las riquezas y no cede a favoritismos basados en estas o en otras formas de poder».
“Junto con la pobreza efectiva, el obispo también vive esa otra forma de pobreza que es el celibato y la virginidad por el Reino de los Cielos”, afirmó también el Papa, añadiendo: «No se trata sólo de ser célibe, sino de practicar la castidad del corazón y de la conducta y, de este modo, vivir el seguimiento de Cristo, para poder manifestar a todos la verdadera imagen de la Iglesia, que es santa y casta en sus miembros como en su Cabeza. Además, deberá ser firme y decidido al afrontar las situaciones que puedan provocar escándalo, así como cualquier caso de abuso, especialmente contra menores, ateniéndose a las disposiciones vigentes».
Fuente: Vatican Media