Con motivo de la solemnidad de Cristo, Rey del Universo, con la que termina el año cristiano, me van a permitir una reflexión que nos ayude a los cristianos a instaurar todas las cosas en Cristo (cfr. Ef 1,10), como se pide en la oración de la Iglesia esta fiesta, que pongan de manifiesto la necesidad del anuncio y el testimonio cristiano para revitalizar la sociedad en la que vivimos.
Basta asomarse a las páginas de los periódicos o a los informativos, o estar atento al eco de las conversaciones de la gente, para tener la impresión de que se percibe en el ambiente una sensación de pesimismo y desencanto tras las reiteradas citas electorales y ante la falta de resultados de estabilidad convincentes, así como en las propuestas de solución de las carencias pendientes de la pasada crisis económica, cuando ya se habla de desaceleración económica, que tendrá más graves efectos en quienes se han quedado rezagados de la recuperación, ya sean regiones o provincias como la nuestra o colectivos sociales.
Esto evidencia, sin entrar en valoraciones técnicas y políticas, además de la aparición creciente de un peligroso escepticismo político, que hay carencias meta-económicas y meta-políticas que no se tienen en cuenta a la hora de afrontar adecuadamente los problemas de los ciudadanos y que responden a un déficit que no se refleja en los análisis políticos electorales al uso, ni en los balances de cuentas de resultados o en los ratios de solvencia económica, sino que son de naturaleza o valores espirituales. Ello es fruto del debilitamiento cuando no el ataque ideológico de los fundamentos pre-políticos de naturaleza ética y moral a los que hemos asistido y que sustentan la organización y convivencia de las sociedades libres y democráticas como la nuestra.
En este diagnóstico participa el Papa Francisco, cuando señala que la crisis “que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica. ¡La negación de la primacía del hombre! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32, 15-34) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y un objetivo verdaderamente humano… Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética, el rechazo de Dios… Para los agentes financieros, económicos y políticos, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, porque llama al hombre a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética -una
ética no ideologizada, naturalmente- permite crear un equilibrio y un orden social más humano” (Discurso a nuevos embajadores. 16.5.13).
En definitiva, es innegable que estamos en la situación actual porque ha habido en Europa y por ello también en España un olvido, cuando no la buscada marginación, de las raíces culturales y religiosas del viejo continente, de aquello que ha constituido históricamente y constituye hoy su identidad compartida y su activo de civilización más importante, del que la religión cristiana y con ella la dimensión trascendente de la persona, es uno de sus componentes esenciales. No todo es economía.
La recuperación de los valores espirituales ha sido siempre uno de los recursos más importantes y eficaces para la superación de las crisis personales y colectivas. Hoy no cabe duda, fuera de alarmismos, que estamos en una de ellas. No olvidemos que las personas y las sociedades humanas se mueven no sólo por la imprescindible búsqueda de los dignos medios de vida, sino también de las no menos necesarias razones por las que vivir.
Para superar los escepticismos y cansancios políticos S. Juan Pablo II proponía, en su Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa, lo que él llamaba “el Evangelio de la Esperanza”, que partiendo de la conversión reactive en el continente europeo la dimensión del testimonio de los cristianos. Esto exige, además de un claro fortalecimiento y manifestación de la propia identidad cristiana, una mayor toma de conciencia evangelizadora que fomente aún más la presencia coherente de los católicos en todos los ámbitos, desde el personal y familiar al espacio público y social: “Los cristianos no sólo pueden unirse a todos los hombres de buena voluntad para trabajar en la construcción de este gran proyecto, sino que, más aún, están invitados a ser su alma, mostrando el verdadero sentido de la organización de la ciudad terrena” (n. 116).
Los católicos, por tanto, no podemos quedarnos pasivamente en el lamento y el pesimismo, sino que hemos de recuperar, en respeto exquisito a la libertad y convicciones de los demás, ser transformadores eficaces de la sociedad con la sal y la luz del Evangelio (cfr. Mt 5,13-16) y el testimonio cristiano. Con santidad. Hagamos lo posible por recuperar el alma para Europa, para España, para nuestra sociedad. Lo necesitamos y es la mejor manera para trabajar para instaurar en el mundo el reinado de Cristo, que es de amor, justicia y libertad.
Con mi afecto y bendición,
+ José María Gil Tamayo, Obispo de Ávila